lunes, 27 de diciembre de 2010

Fauna nocturna madrileña I

Hombres. Casados o pajilleros, o ambas cosas. De entre treinta y muchos y cincuenta y pocos. Calvos, gordos, con perilla y mirada lasciva. Labios encarnados, húmedos porque una viscosa lengua los recorre asiduamente. Una mano sostiene el cubata, la otra no sale del bolsillo. (Quizá alguno se esté acariciando la entrepierna a través del pantalón).

Están ahí, como pasmarotes, en mitad de la pista de baile. No quitan el ojo a las piernas de mis compañeras de clase. Sonrisa sesgada. Tuercen el cuello, comentan algo entre ellos y se carcajean. Me dan asco.

-Están de convención en Madrid, seguro -me susurra Luis al oído (un gran compañero de clase, con 41 tacos y trabajo estable)-. ¿Tú crees que un padre de familia que viva aquí dejaría en casa a sus mujer e hijos para venir a zorrear a este antro?

Ni idea. ¿Cómo se supone que voy a saberlo? Analizando su chocante aspecto, me extraña cada vez más que alguien los esté esperando en casa.

-Solterones salidos. ¿Quién iba a querer emparejarse con estos tiparracos? -sentencio.

Luis menea la cabeza.

-La soledad es una cosas muy jodida, tío. Puede que a día de hoy te la sude, pero, te lo digo por experiencia, cuando llegas a una cierta edad... te acabas agarrando a lo que sea.

[...]

Ahora estoy apoyado en una Yamaha TZR50 (no es mía), con los ojos cerrados y la cabeza hacia atrás. Son las cuatro y media de la madrugada y está helando. La mayoría de la gente se ha cambiado de local en cuanto encendieron las luces. Efe y yo, en cambio, nos hemos tomado un respiro.

-A estas alturas ya acosan menos, ¿eh? -comenta Efe, pensativo.

Sonrío. Es increíble la cantidad de relaciones públicas de locales de medio pelo que puedes encontrarte por Huertas un miércoles de diciembre hacia la medianoche. Nosotros éramos un grupo de más de treinta personas: presa fácil. Los hay para todos los gustos. El argentino, el urugayo, el andaluz, el madrileño, el negrito cachas. La hostia... me da la sensación de que, tras nuestra negativa a acompañarlos, se meten en la primera bocacalle, zigzaguean ligeramente, y vuelven a hostigarnos una decena de metros más allá. Qué energía, qué vitalidad, qué pesados. Tengo la impresión de que hay más "relaciones públicas" que "público" en sí. Aunque, pensándolo bien, tal vez esto se deba a que no pueden estarse quietos. El efecto sensorial de superioridad numérica apabulla.

Y luego están los chinos que venden cerveza. Insistentes. Incansables. Insobornables. Un clásico de la noche madrileña. Una vez estuve a punto de morir de un ataque de risa en la plaza de Santo Domingo. Aún faltaba para que abriesen el metro. Imaginad a seis chavales embriagados y hambrientos debatiendo con el dueño de un kebab. El tipo dice que todavía está cerrado. "Venga, hombre, ¿y ese individuo del turbante? ¿Qué pinta detrás del mostrador si está cerrado?". De pronto, una mujer china se me cuelga del brazo y me dice: "¿Celveza?". Le digo que no con la cabeza, y le explico: "Voy servido, gracias. Lo que necesito es comer algo. ¿No tendrás un bocadillo por ahí?". Me sonríe, radiante. "¿Quieles celveza?".

-Sí, igual tienen que descansar como todo el mundo -me incorporo y miro a Efe-. O eso, o están en Cibeles, engatusando en las marquesinas de los búhos.

[...]

-Escribiré en mi blog al respecto. Esta feroz competencia entre chinos vendedores de cerveza y relaciones públicas es un fenómeno digno de ser estudiado por las más prestigiosas universidades -suelta Efe con sorna, mientras pateamos el gélido asfalto-. Pero tú tendrás que hacer lo propio. ¿Qué me dices?

Antes de que pueda decir que eso está hecho, un chaval de pelo largo, armado con una montaña de flyers, salta de la puerta de un guariche y, sonriendo de oreja a oreja, anuncia:

-¡Chicos, los invito a un "chupitaso" de peché!

jueves, 21 de octubre de 2010

El por qué de mi absoluta falta de interés por los concursos literarios (a día de hoy)

Tal vez tenga miedo de que evalúen lo que escribo. De que cuatro literatos relamidos sean los que califiquen un relato mío, ensanzándolo o tachándolo de completa mediocridad. Un cuento no puede puntuarse más que en función de criterios subjetivos. Lo único que le pido a un relato es que me haga evocar, que me enseñe algo.

Hace cosa de unos meses, leí una frase que me impactó, en el preámbulo de "La peste", de Albert Camus: Si me hubieran leído seguramente hubiera intentado complacer. Siendo clandestino, fui auténtico. Poco puedo añadir. La única manera de ser tú mismo ante la página en blanco es usarla como desahogo. Quienes escriban de cara a la galería, tal vez lleguen a altos índices de ventas e, incluso, es posible que emocionen a un cierto grupo de lectores insulsos. No obstante, la manera más potente (y a la vez, la más real y efectiva) de llegar al público es escribir desde dentro, desde el fondo. Hay mucha gente que, en contra de lo que muchos piensan, no es imbécil. Sabe cuando alguien es sincero o escribe para agradar.

¿A que entre los integrantes de nuestra banda de amigos íntimos no contamos con ningún tipejo que siempre trate de ser políticamente correcto, que no se moje nunca, que no exprese su opinión en los debates? Posiblemente, conozcamos a alguien así. De hecho, conocemos a un gran número de individuos (e individuas) de esta calaña, pero nunca nos fiaríamos de ellos. Es sencillo, no son uno de los nuestros. La gente demasiado imparcial se nos antoja fría y distante. A eso, añádele unas gotas de "poner buena cara a todos" y otras de "falsear para agradar", y lograrás el retrato robot de un/a auténtico/a gilipollas.

MUCHOS ESCRITORES DE ÉXITO REDACTAN ASÍ.

lunes, 18 de octubre de 2010

martes, 14 de septiembre de 2010

ASÍ QUE QUIERES SER ESCRITOR, ¿EH?

si no brota de ti a borbotones
a pesar de todo,
ni lo intentes.
a menos que te salga por voluntad propia
del corazón y la mente y la boca
y las entrañas,
ni lo intentes.
si tienes que permanecer horas sentado
mirando la pantalla del ordenador
o encorvado sobre la
máquina de escribir
en busca de palabras,
ni lo intentes.
si lo haces por el dinero o
la fama,
ni lo intentes.
si lo haces porque quieres
mujeres en la cama,
ni lo intentes.
si tienes que sentarte y
rehacerlo una y otra vez,
ni lo intentes.
si sólo pensar en ello ya te cuesta trabajo,
ni lo intentes.
si quieres escribir como algún
otro,
olvídalo.

si tienes que esperar a que salga de ti
con un rugido,
entonces espera tranquilo.
si no llega a salir de ti con un rugido,
dedícate a otra cosa.
si primero se lo tienes que leer a tu esposa
o a tu novia o tu novio
a tus padres o quienquiera que sea,
no estás preparado.

no seas como tantos otros escritores,
no seas como tantos miles de
personas que se llaman escritores,
no seas soso, aburrido y
pretencioso, no te dejes consumir por el
narcisismo.
las bibliotecas del mundo
se han dormido de
aburrimiento
con los de tu calaña.
no lo empeores.
ni lo intentes.
a menos que te salga
del alma como un cohete,
a menos que creas que la inactividad
te llevaría a la locura o
al suicidio o al asesinato,
ni lo intentes.
a menos que el sol en tu interior te
abrase las entrañas,
ni lo intentes.

cuando de veras sea la hora,
y si estás entre los escogidos,
cobrará vida por
sí mismo y seguirá cobrándola
hasta que mueras o muera
en ti.

no hay otra manera.

ni la hubo nunca.

viernes, 3 de septiembre de 2010

Bon appétit

Paula aborrece las películas de terror y los noticiarios. Monstruos, asesinatos, robos y violaciones le producen una urticaria de lo más molesta.

La chica, en cambio, es deportista. Sale a correr todos los días, sin falta. Varía la hora en función del trabajo. Su jefe, ese cabrón engreído, ha puesto nuevas tareas a su departamento. Lleva dos semanas llegando a casa a las diez y media de la noche, o más. Bueno, tendrán que bonificarle su valioso tiempo en horas extras, o libres. Paula no es de las que se deja achantar. Piensa reclamar hasta el último céntimo (o minuto).

Son las 23:47 de un miércoles de octubre. Paula está volviendo a casa por el carril bici. Pelo recogido en una coleta, mallas sudadas y Miguel Bosé a toda pastilla en su reproductor de mp3. La verdad es que tiene buena pinta esta noche. A partir del primer hijo algunas mujeres descuidan su cuerpo, pero Paula no.

Ahora viene el tramo siniestro de camino. Hay como seis o siete farolas reventadas, detrás de esos enormes concesionarios. Al otro lado una verja, una franja de descampado y, un poco más allá, la M-40. Paula no se preocupa. Ha pasado por allí montones de veces. Pero hoy es distinto. Detrás de los matorrales, aparece un maromo descomunal y, sin saber cómo ni por qué, Paula acaba en el suelo. Los auriculares se revientan contra el pavimento agrietado. Las rodillas despellejadas. Ella lo mira, asustada.

-No tengo dinero, pero puede llevarse el reproductor de música si quiere.

Es una frase típica de esas peliculas que detesta. El tipejo se ríe. Se ríe. Era de esperar, ¿no? Está encorvado, con la rodilla hincada en el suelo. La tiene sujeta por el cuello, y Paula arruga la nariz. Sudor rancio, de varios días quizá. Alcohol, vómitos. En la otra mano el hombre menea una botella de Eristoff, rota por el culo. Aún puede verse parte de la etiqueta, y los dientes de vidrio reflejan amenazantes la luz de la luna. Paula no puede moverse. Sus músculos no le pertenecen.

-¿Sabes quién es Edmund Emil Kemper? -susurra él.

Goterones de sudor le resbalan por las mejillas sin afeitar. Paula niega con un leve gesto. La manaza le oprime la garganta y la barbilla. Duele.

-¿Nunca has oído hablar de "El cazador de cabezas"? -insiste.

El tipo parece confundido. Balbucea cosas sin sentido. Un hilillo de saliva le resbala por la comisura, mientras habla consigo. La suelta y se incorpora.

-Ven ahí detrás, te lo explicaré.

Agarra la coleta de un tirón y la obliga a levantarse. Sonríe. Le faltan dos dientes. El colmillo superior derecho y el premolar de al lado. Paula tiembla. Quiere llorar, quiere gritar. Salir de allí. Hace un esfuerzo sobrehumano para no mearse encima. David ya le habrá leído el cuento al pequeñajo y la estará esperando en la cama.

El individuo se surca el cabello, grasiento, con las puntas de cristal, como si la manoseada botella fuese un peine. Mientras, arrastra a Paula hasta detrás de los setos y la deja caer sobre un montón especialmente grande de porquería.

-¿Sabes que de niño mató al gato porque éste prefería a su hermana? Qué infancia más dura, de verdad.

-Por favor... -empieza a decir Paula.

-Su abuela fue la primera en morir. Y luego el abuelo. El pequeño Ed adoraba a su abuelo, así que sólo intentó ahorrarle el sufrimiento de ver lo que le había pasado a la abuelita.

El hombre se rasca la entrepierna. Se relame. Mueve el cuello compulsivamente, y tiene un tic en el ojo izquierdo. Es alto, mucho. Y gordo. Paula está terriblemente acojonada, pero intenta fijarse en los detalles. ¿Color de la camisa? Es difícil saberlo a la luz de la luna. Además, está repleta de huellas mugrientas.

-Se hizo famoso por raptar colegialas. Las recogía cuando hacían autoestop, se ganaba su confianza y luego las mataba, las violaba, las descuartizaba. Sus cabezas cercenadas eran trofeos de caza para él.

Bla, bla, bla, y más bla, sobre el asesino aquel. Paula no cree en Dios. Paula cree en su familia, en unas pocas amigas, en el Atlético de Madrid, en las facturas comerciales y en su nómina. Paula reza en silencio. Mentalmente. Quisiera elevar un canto celestial. Pedir perdón por las veces que ha blasfemado, sobre todo después de la muerte de mamá. "Te lo ruego. Oh. Dios. A-yú-da-me".

-Las mataba y luego tenía sexo con ellas. ¿Muy fuerte, no crees?

Paula es víctima de un agarrotamiento tal que sus músculos podrían implosionar en cualquier momento. El tío sigue a lo suyo. Más detalles escabrosos. Al cabo de los minutos, se fija en que Paula llora y cambia el tono.

-Vas a comerme la polla. Si lo haces muy bien, tal vez no te mate.

Paula aprieta los dientes.

Náuseas.

Náuseas.

Se desabrocha la bragueta, lentamente. Junto a las costuras tiene manchas de semen, de bilis y de vete a saber qué más. Su mano derecha no suelta la botella. Tal vez Paula pueda huir. Tal vez el tío no pudiera alcanzarla en una carrera. ¿No? ¿Eso crees? Mejor, ni lo intentes. Demasiado cerca. A Paula se le ha olvidado cómo ponerse de pie. La cremallera llega al final. Él mira la mira a los ojos. Ella no ve. Shock. La boca seca. Los ojos inundados. Un ridículo pene emerge, despacio, grotesco. Seguro que el cabrón es eyaculador precoz.

-Bon appétit.

Campos sembrados de girasoles. Olor a hierba recién cortada. La corriente se desliza con suavidad entre las piedras del río. Bajo los chopos. El sol ocultándose tras las montañas. El cielo. Puro. Rosado, anaranjado, azul, violeta. Montones de estrellas, aunque aquí no las haya.

Porque Paula no está aquí.

El tipo empieza a gimotear de puro gusto y la imágenes se desvanecen. Paula no logra evadirse. La cara de su minúsculo hijo. Lo imagina cogido de la mano de David, en su entierro. "No. ¿Por qué? Por favor. Ya es suficiente. Oh. Señor. No. No. NO. ¡BASTA!".

Y la noche se tiñe de rojo.

Las mandíbulas se tornan fauces. Los dientes hienden la carne con tal violencia que una explosión de sangre inunda su boca. LA SANGRE FLUYE CALIENTE. Nunca olvidará aquellos gritos. No son humanos. Un demonio lanzado de vuelta al infierno. Ahora, Paula tampoco es Paula. Es un perro rabioso. Pero no ladra. Muerde. Sólo muerde. Zarandea la cabeza con violencia, hunde sus uñas en las muñecas del violador y chorros de espuma sanguinolenta adornan sus labios. No tiene miedo a que la botella de vodka se estrelle contra su cráneo. No hay posible respuesta.

-Oh, Dios -gruñe él, antes de desplomarse sin conocimiento.

Paula se incorpora, entumecida, temblorosa. Jadeos. Respiración entrecortada. Parece que sus piernas vuelven a ser suyas, poco a poco. Con el dorso de la mano se enjuga las lágrimas. Se sorbe los mocos. Escupe un pedazo de carne, o piel, o ambas cosas, y mientras intenta mantener el equilibrio valora sus opciones.

Pedir ayuda. O degollarlo con su propia botella de vodka.

[...]

LA SANGRE FLUYE CALIENTE.

viernes, 9 de julio de 2010

Todo esto tiene cabida en una noche de verano

Sudor seco y áspero.
Volutas de humo.
Ácido hedor a cloaca filtrándose por la ventana.
No hay estrellas en este cielo.
El recuerdo de aquellos labios.
Un leve pensamiento sobre el futuro.
Tal vez no pertenezca a esta época.
Carezco de pretensiones monetarias, de metas profesionales ambiciosas.
El anhelo de una vida apacible, sin cabronazos alrededor.
Otras consideraciones sobre el verano.
Ganas de olvidar todo lo que he estudiado.
Miradas y aprendizaje, otra vez, desde cero.
Cualquier capítulo de Los Soprano (recomendación expresa).
Una preciosa sonrisa a distancia.
Mi hurona correteando entre mis pies, lamiéndome los dedos y, finalmente, defecando en un rincón, sobre el parqué.
"Mujeres", de Charles Bukowski.
La libreta azul que me regaló un gran poeta.
Ese jodido mosquito que cabecea contra el monitor.
Las correspondientes picaduras.
Juraría que hay un tornillo clavado en mi sien.
Escupo y pienso.
Pienso y echo un trago de zumo de naranja.
Está muy frío.
Tengo calor.
Daré unas cinco mil vueltas sobre las sábanas antes lograr dormirme.

Ojalá no tuviese miedo constantemente.


Nota: Volveré.

sábado, 29 de mayo de 2010

Enjambre

La palabra ABRIL aparece impresa en los calendarios, pero el termómetro de la marquesina del bus marca 30 grados. Estoy sudando. No puedo apartar la mirada de ese hormiguero. El parque de enfrente de mi casa está invadido por estos nidos. Se asemejan a redondos coños de arena, coños enfermos. Una hilera de hormigas me corta el paso. Es una interminable serpiente, espasmódica y negruzca. No deja de moverse. Siento arcadas.

Anteayer, en la 2, emitieron un documental sobre hormigas (o formícidos, como dijo el narrador). Aportaba un sinnúmero de datos y sesudas estadísticas. Que si son unos insectos himenópteros sociales, que si se conocen más de 12.000 especies distintas, que si se calcula que pueden suponer en torno al 25% de la biomasa total de animales terrestres... Un resumen. Son unos bichejos prehistóricos. Fertilizan la tierra. Favorecen el control biológico de algunas plagas. No obstante, pueden convertirse en plaga. Sirven como alimento. Se organizan socialmente de forma tan increíble que sus estructuras sociales han sido sometidas a multitud de estudios. Bueno, creo que ya es suficiente.

Aprendizaje. Evolución. Adaptación. Logística. Comunicación. Mentalidad trabajadora. Cooperación. Repugnancia.

[...]

El vaso de vino revienta contra las baldosas de la cocina. Cientos de minúsculos fragmentos se desperdigan por la sala, antes incluso de que se apague el sonido del impacto. Cojo un rollo papel de cocina, del "super absorbente" que anuncian en la tele, y saco la escoba del armario. Luego, me tocará fregar. Me agacho a recojer los trozos de vaso, con cuidado de no cortarme. Entonces la veo. Una minúscula hormiga roja zigzaguea bajo las patas de la mesa. ¿Qué coño hace aquí?

Tumbado en la cama, las veo subir y bajar por las paredes. Salen en tromba de la grieta por donde asoma y cuelga el cable de la lámpara. Trepan por las sábanas. Mordisquean el colchón. Escucho millares de patas (sucias y articuladas) acercándose. Se me suben por las piernas. Se introducen en mis orejas. Trato de levantarme. ¡Huir! Tengo que salir de este cuarto.

Ahora, la implacable marabunta me somete a voluntad. Tengo hormigas bajo los párpados, en el paladar, en la garganta, en los pulmones. Pellizcando mi glande con sus repulsivas tenazas. Metiéndose por mi culo como una expedición de colonos salvajes. La marea inunda mis fosas nasales. No logro ver nada, aunque sí escucho un atronador rugir de chasquidos y correteos. Dentro de poco, sólo habré dejado al mundo un esqueleto deslucido.



Me lavo los dientes con ferocidad, hasta que me sangran las encías. Es mi quinto cepillado en diez minutos. En efecto, no era más que un estúpido sueño, pero siento como si aún quedasen un puñado de himenópteros asesinos dentro de mi cuerpo. Tendré que purgarme. Mientras me provoco el vómito, decido acabar con el problema.

[...]

-Ya se lo dije antes, había uno de esos descomunales hormigueros dentro del parque infantil. ¿Tiene idea de la cantidad de pequeñas hijas de puta que caben ahí? Nos están invadiendo. No, no ponga esa cara y escuche. ¿Sabe que hay entre mil y diez mil billones de hormigas ahí fuera? ¿Conoce la proporción hormiga-persona? Están preparadas para ocupar nuestro puesto en la cadena trófica. Estamos hablando de un asunto serio. Alguien tenía que hacerlo.

No sé qué cojones le pasa a todo el mundo. Simplemente erradiqué la plaga. Las hice volar por los aires. ¿Es que nadie más se da cuenta? El día menos pensado empezarían a invadir nuestros apartamentos. Pero no, claro, a esta gente le preocupa más una ridícula bomba casera que una amenaza real para la supervivencia del ser humano. No debería extrañarme. Es típico de una sociedad en decadencia.

-¿No va a asumir la responsabilidad de lo que ha hecho? -me pregunta el tío.

Fue una explosión magnífica. Coloqué el paquete sobre aquel agujero infecto, subí a mi casa, me serví un trago de brandy, me acodé en el balcón, apreté el dispositivo de control remoto y disfruté del espectáculo. ¡A tomar por culo, criaturas del demonio!

-Han muerto cuatro niños y una mujer. Hay un total de ocho personas hospitalizadas con quemaduras y trozos de metralla incrustados en el cuerpo -el tipo continúa balando, como una oveja temblorosa.

Mi vista está fija en un punto situado sobre la mesa, a unos sesenta centímetros de mi cara. Una hormiga obrera se pasea impunemente por la superficie metalizada. La aplasto violentamente con un rápido manotazo. El policía situado al otro lado de la mesa se me queda mirando, boquiabierto, sin saber cómo reaccionar.

Maldita sea, este tío no se entera de nada.

domingo, 9 de mayo de 2010

Dead Babies

-Muy bien -dijo Keith-. Bueno, como le he dicho, es bastante sencillo. No le gusto a nadie; en realidad, desagrado instintivamente a casi todo el mundo, incluida mi familia. No soy demasiado bueno en mi trabajo, nunca he tenido ninguna novia ni ningún amigo, tengo muy poca imaginación, soy gordo, pobre, calvo, tengo una cara horrible y llena de granos, sufro de estreñimiento, huelo mal, tengo halitosis, no tengo polla y mido tres centímetros de alto. Por eso ahora me he vuelto loco. ¿Está de acuerdo?

-Sí -dijo el médico.


Fragmento extraído de la maravillosa novela "Niños muertos", de Martin Amis.

lunes, 3 de mayo de 2010

(Portada) Autores malditos

El malditismo en la literatura es un tema muy recurrente. Sobre todo a raíz de la publicación de "Los poetas malditos", de Paul Verlaine, en la década de 1980. Obra dedicada a seis poetas franceses, a saber: Auguste Villiers de L'Isle-Adam, Tristan Corbière, Arthur Rimbaud, Stéphane Mallarmé, Marceline Desbordes-Valmore y Pauvre Lelian (anagrama de Paul Verlaine).

A partir de entonces, el término escritor maldito comenzó a emplearse con mayor frecuencia. Con el paso de los años, muchos autores han merecido tal calificativo. No hay un acuerdo tácito en el mundillo literario sobre cuáles son los atributos requeridos para formar parte del selecto club de los malditos, pero como algunos rasgos se repiten, podemos eleborar una pequeña lista de elementos distintivos.

Por ejemplo, la obra de un autor maldito suele estar ligada al concepto del Mal. Asimismo, no es raro que el escritor siga un proceso autodestructivo, lleve a cabo transgresiones (tanto en su vida como en su obra), viva en la miseria, se enfrente a la injusticia, se rebele contra la ética y el orden establecidos, sea joven y talentoso, o muera antes de ver reconocido su genio.

Los escritores malditos siempre han despertado una singular fascinación. Lanzarse a la elaboración de una lista que los incluya a todos es una labor vana. Aparte de la subjetividad que desprende el término "malditismo", correríamos el riesgo de olvidar a muchos grandes creadores. Para la confección de este pequeño dossier, he escogido a cuatro autores catalogados como malditos, por todos cuantos se aproximan a sus figuras. Cuatro nacionalidades distintas, cuatro obras diferentes, cuatro visiones del averno.


-Edgar Allan Poe (Estados Unidos).

-Arthur Rimbaud (Francia).

-John Keats (Inglaterra).

-Félix Francisco Casanova (España).

Como me entusiasma el tema, tal vez siga añadiendo entradas de otros escritores que no han tenido cabida en este primer dossier, pero que también merecen una mención especial. Me refiero a gente como Charles Baudelaire, Henry Miller, el conde de Lautréamont, John Kennedy Toole, Paul Verlaine, Leopoldo María Panero, Charles Bukowski, Anaïs Nin, el marqués de Sade, Jim Carrol y así hasta la extenuación.

Félix Francisco Casanova

"No hay instrumentos para esta música."


Nació en Santa Cruz de La Palma, en 1956. Virtuoso de la pluma desde la más tierna infancia. Su padre, poeta y dentista, influyó decisivamente en el chico, a la hora de encaminarlo hacia la senda del arte y la literatura. Fue otro talento precoz, y de ahí que muchos lo hayan comparado con Arthur Rimbaud. Lo cierto es que existen semejanzas entre ambos. Sobre todo, la furia de su escritura y su fuerza como visionarios.

Félix Francisco, como gran apasionado de la música que era, coleccionó vinilos de forma incansable. Además de poeta fue un músico de gran talento. Junto a su hermano Bernardo, dibujaba las portadas de los discos que, en un futuro, pretendía publicar con su grupo de rock alternativo: "HOVNO" (que, como todos los que hayan leído algo sobre Félix sabrán, significa "mierda", en checo).

Se ganó la admiración y el respeto de multitud de poetas canarios ya consolidados. Siempre se ha elogiado la musicalidad de su poesía. Y es que Casanova fue capaz de transmitir nuevos ritmos y sensaciones, sin caer jamás en la imitación de la poesía anterior. No obstante, el joven Félix Francisco nunca se sintió cómodo en los solemnes círculos literarios de las islas. A él sólo le interesaba la atmósfera que creaba con sus versos. Fernando Aramburu, en referencia a este genial poeta, ha escrito: "Se advierte en Casanova la gracia, el desparpajo, la propensión lúdica de un ángel con rasgos diabólicos".

A los diecisiete años consiguió el principal premio de poesía de Canarias, el Julio Tovar (1973), con "El invernadero"; y un año más tarde obtuvo el Benito Pérez Armas de novela con "El don de Vorace", uno de sus escritos más misteriosos. En él, se narra la historia de un hombre que, tras varios intentos de suicidio, descubre que es inmortal. La narración está estructurada en capítulos, pero no es una novela al uso. En ella predominan las imágenes de locura. La forma estética se sobrepone al devenir lógico de los aconteciemientos. Prosa poética con moraleja. Si vivieras eternamente, ¿las reglas morales significarían algo para ti?

Dos años más tarde, en enero de 1976, Félix Francisco Casanova murió en la ducha de forma extraña. ¿Suicidio o escape de gas accidental? En cualquier caso, a los 19 años nos abandonó uno de los poetas con más potencial de su generación. El halo místico que, desde entonces, envuelve su nombre y su obra no se desvanecerá jamás.

John Keats

"La belleza es verdad; la verdad, belleza. Esto es todo lo que sabes sobre la Tierra, y todo lo que necesitas saber."

Nació en las afueras de Londres en octubre de 1795. Sus padres murieron antes de que cumpliese los 15 años. Su abuela lo confió a unos tutores que lo apuntaron como aprendiz de cirujano. Aunque se sacó el título e, incluso, ejerció la farmacia durante dos años, abandonó la senda sanitaria para centrarse en su verdadera pasión: la poesía.

Trabó amistad con Shelley, Leigh Hunt y Lord Byron, y junto a ellos defendió el Romanticismo. Hunt era editor, además de poeta, y ayudó a Keats a publicar sus primeras obras en la revista "The Examiner".

Su "Endimión" llegó un año más tarde, pero la crítica acogió el libro con frialdad. La tuberculosis, que ya le había arrebatado a su madre, volvió a cebarse con Keats pues mató a su hermano Tom en 1818. En ese mismo año, el propio Keats empezó a manifestar síntomas claros de haber contraído dicha enfermedad.


Durante la primavera y el verano de 1819, cuando ya le quedaba poco tiempo de vida, John Keats escribió sus tres poemas más memorables, que aparecieron incluidos en su tercer libro "Lamia, Isabella, la víspera de Santa Inés y otros poemas". El ansia de eternidad lo empujó a redactar estos versos elevadores.

Keats se trasladó a Italia, en 1820, siguiendo el consejo de los doctores. Pero, finalmente, su tuberculosis no remitió y acabó falleciendo el día 23 de febrero de 1821. Tenía 25 años. Su amigo, el poeta Percy Bysshe Shelley, escribió en su honor una espléndida elegía titulada "Adonaïs".

Está considerado como uno de los poetas ingleses más talentosos de la historia. Los versos de Keats emanan melancolía, así como una imaginación desbordante. Las imágenes que propone ensalzan la belleza y la naturaleza eterna, sobre todo. Sensualidad y fantasía.

Arthur Rimbaud

"-¡Ha vuelto a aparecer!
-¿Qué?
-¡La eternidad! Es el mar mezclado con el Sol.
"


El poeta maldito por excelencia. Superdotado y brillante, todo en él resultó original hasta el límite. Irrepetible. Fue un niño prodigio, escribió la totalidad de su obra poética hasta los 19 años. Desdouets, profesor de Rimbaud en su época escolar, dijo de él: "Nada banal germina dentro de esta cabeza. Será un genio del Mal o un genio del Bien".

A los 16 años envió, al poeta Paul Verlaine, una carta con varios de sus poemas, entre los cuales incluía "El barco ebrio". Verlaine quedó muy sorprendido por el talento del joven y lo invitó a su casa, en París. Rimbaud abandonó su Charleville natal (pueblecito del noreste de Francia) y puso rumbo a la capital del país galo, en septiembre del 1871.

Muy pronto, ambos poetas iniciaron un escabroso y apasionado romance homosexual. Durante este tiempo, escandalizaron a los aburguesados círculos literarios parisinos, se emborracharon de absenta a diario, vagabundearon por Europa y escribieron algunos de los mejores poemas de la historia en lengua francesa. Sus constantes idas y venidas los llevaron a Londres, donde sobrevivieron precariamente gracias a una mensualidad enviada por la madre de Paul. Rimbaud opinaba que para ser un poeta universal, tenía que experimentarlo todo en su propio cuerpo. En julio de 1873, tras una grave discusión en Bruselas, Verlaine disparó a Rimbaud en la muñeca. El primero acabó en la cárcel y divorciado; el segundo regresó a Charleville y completó su obra más conocida "Una temporada en el infierno". De vuelta a Londres, en 1874, terminó sus "Iluminaciones" y no volvió a escribir poesía.

Tras abandonar la escritura definitivamente, Rimbaud se dedicó a viajar de un lado a otro, sin descanso. Recorrió Europa a pie, se enroló en el ejército holandés, desertó tras viajar gratis a Indonesia, estuvo en Chipre, y acabó trasladándose a África. En Harar (Abisinia), se estableció como traficante de armas y se casó con una nativa. Rimbaud siempre mantuvo correspondencia con su madre, y en una de esas cartas escribió algo así como "no quiero dinero que no esté manchado de sangre". Se refería a su nueva visión de la vida, plagada de trabajos, en contraposición al período de tiempo que abarcó de los 16 años a los 19, y donde siempre dejó patente su desprecio por las labores físicas.

Sin embargo, este estilo de vida no duró demasiado. Un tumor en su rodilla lo llevó de nuevo a Francia, donde le amputaron la pierna derecha y, posteriormente, murió el 10 de noviembre de 1891, a los 37 años de edad.

Si Verlaine está considerado un gran poeta, Rimbaud fue un genio, un revolucionario que cambió para siempre la cara de la nueva poesía francesa. Influyó decisivamente en toda la literatura moderna, la música y el arte. Nombres tan célebres como Henry Miller, Bob Dylan, Anaïs Nin, William S. Burroughs, Hugo Pratt o Kurt Kobain son buena prueba de ello.

"Sacerdotes, profesores, maestros, os equivocáis al entregarme a la justicia. Yo nunca formé parte de este pueblo; yo nunca fui cristiano; soy de la raza que cantaba en el suplicio; no comprendo las leyes; no tengo sentido moral, soy un bruto; os equivocáis..."

domingo, 2 de mayo de 2010

Edgar Allan Poe

"Tengo una gran fe en los tontos. Autoconfianza lo llaman mis amigos."

A lo largo de los años se han escrito innumerables biografías en torno a su figura, así pues me limitaré a recopilar los datos más interesantes de su vida en las siguientes líneas. Boston lo vio nacer allá por 1809. Pronto se quedó huérfano y fue adoptado por un matrimonio de Richmond, los Allan. Esta familia se trasladó a Gran Bretaña cuando el pequeño Edgar contaba con 6 años. Volvieron a Estados Unidos en 1920, pero en ese período aprendió latín y francés. Se matriculó en la Universidad de Virginia, tuvo problemas con el juego y la bebida, y abandonó la institución antes de un año. Las relaciones con su padre adoptivo eran cada vez más tensas. A los 18 años se alistó en el ejército, con el único propósito de lograr algo de independencia. En ese mismo año (1827), publica su primer libro: "Tamerlán y otros poemas". Poe se casó, en secreto, con su prima Virginia Clemm de 13 años el 22 de septiembre de 1835. (En 1836, se ofició una segunda boda, esta vez de carácter público). Fracasó en su empeño de publicar un nuevo diario: "The Stylus". Ejerció como periodista, crítico literario y otros oficios que nada tenían que ver con su pasión por la escritura. Su mujer murió de tuberculosis a los 25 años. Edgar se abandonó a la desesperación. El fallecimiento del escritor nunca fue del todo aclarado. Se produjo en 1949, dos años después que el de Virginia. Las verdaderas causas se desconocen, pero en su día se especuló mucho con motivos tales como el delirium tremens, un ataque cardíaco, sífilis o epilepsia.

Poe fue autor de multitud de relatos, críticas literarias, ensayos, cartas e, incluso, una novela larga. Pero lo que realmente le apasionaba era la poesía. No obstante, no pudo dedicar a su género predilecto toda la atención que le hubiese gustado, ya que siempre tuvo necesidad acuciante de dinero. Los relatos se vendían mejor. Quiso vivir de la escritura, y tuvo que pagar ese precio para lograrlo.

El estilo de Edgar Allan Poe ha sido catalogado como "cáustico y elegante". Como narrador se guiaba siempre por un criterio exclusivamente estético, donde la imaginación, la verosimilitud y la originalidad eran los pilares clave. En sus relatos cultivó, sobre todo, el género del terror. Algunos de los temas a los que Poe recurrió con mayor frecuencia son: la muerte, la venganza, la culpa, el poder de la voluntad y los efectos de las drogas. Cabe destacar, además, sus cuentos analíticos -detectivescos- y los de ciencia ficción.


Entre sus obras de mayor calidad y renombre encontramos títulos como "El cuervo y otros poemas", "El barril de amontillado", "Marginalia" (ensayo), "El gato negro", "La narración de Arthur Gordon Pym", "Los crímenes de la calle Morgue", "El escarabajo de oro", "Tamerlán y otros poemas, y un largo etcétera.

Aunque algunos de sus relatos alcanzaron gran éxito, Edgar Allan Poe fue reconocido en vida, sobre todo, como crítico literario. A raíz de su muerte y sus problemas con el alcohol, en Estados Unidos miran con recelo su figura, mientras que en Francia, en cambio, la veneran. El mismísimo Charles Baudelaire se deshacía en elogios siempre que se refería a Poe, y tradujo buena parte de sus obras al francés. La influencia de Poe en toda la literatura posterior es innegable. Dos maestros del relato de terror y del policíaco, Lovecraft y Doyle, respectivamente, no dudaron en señalar a Poe como el precursor de dichos géneros. "¿Dónde estaba la literatura policíaca antes de que Poe le insuflara el aliento de vida?", se preguntaba el creador de Sherlock Holmes.


Alabado por unos y vilpendiado por otros. Rodeado de la muerte de sus seres queridos en cada instante de su vida. Con la pluma y la botella como recurso para evadirse de la asfixiante realidad de su país, y de la suya propia, Edgar Allan Poe quiso hacer de la escritura su "modus vivendi". Nos regaló algunos de los relatos más increíbles redactados hasta la fecha. Revitalizó multitud de géneros, y demostró un descomunal amor hacia la escritura. Su muerte, a los 40 años, sólo contribuyó a aumentar su leyenda. Rubén Darío, en su libro "Los raros", no dudó en calificarlo como "el príncipe de los malditos".

martes, 20 de abril de 2010

Los sueños no se cumplen

»No dejes que te vean llorar. Que nadie vislumbre tus lágrimas. Y ella, menos. No le des ese placer.

No consigo dormir. Insomnio. La almohada se bebe mis lágrimas. Una a una. Así borra las evidencias de mi debilidad.

»Cobarde.

Mañana me levantaré con los ojos hinchados.

»Vas a despertar a papá y a mamá. Ahoga tus ridículos sollozos con el edredón. Tienen que madrugar. Se levantan temprano y van a trabajar, todos los días, para proporcionarte cama, ropa de marca, comida y dinero para vicio. Sabes de lo que hablo, ¿verdad? Drogas, alcohol, palomitas, libros y condones.

»Sólo eres otro niñato de mierda con demasiado tiempo libre.

sábado, 17 de abril de 2010

C'est la vie

Miré a través de la ventanilla. Sólo vi noche. Un poco más allá, las luces anaranjadas luchaban por ganar espacio a la oscuridad. Vano esfuerzo. Las tinieblas siempre encuentran algún lugar por donde crecer y expandirse. ¿Qué era aquello? ¿Pueblo? ¿Ciudad? ¿Polígono industrial? No importa, el coche seguía rugiendo en mitad de la negrura. Pronto dejaría atrás aquellos vestigios de humanidad. O de industria, o de cultura, o de decadencia, como prefieras llamarlo. A mi lado, el conductor se mostraba taciturno. Su vista estaba clavada en los haces de luz que proyectaban los focos delanteros del vehículo. Entre ellos comenzaba a adivinarse una tímida neblina. Las partículas de agua condensada se estrellaban silenciosamente contra el parachoques.

La visión de esa bruma, formándose ante nosotros, me hizo evocar tardes infantiles, cuando jugaba a la pelota junto a las charcas de mi pueblo. Charcas que fueron escenario de múltiples (y gloriosas) batallas de piedras. Muchas veces ni siquiera veíamos al enemigo. Intuíamos su posición por la trayectoria de los pedruscos que aparecían de improviso atravesando aquel humo blanco y frío.

Exhalé una bocanada de aire caliente para empañar el cristal. Sobre él, dibujé una luna creciente. Mientras lo hacía, reparé en que el vaho desaparecería pronto y se llevaría consigo mi luna. Así pues, le añadí una boca triste, unos ojos lacrimosos y un bocadillo de cómic con la siguiente frase: "c'est la vie".

La niebla era cada vez más espesa. Me estremecí, cerré los ojos y quise desaparecer.

jueves, 15 de abril de 2010

Fight Club

Es fácil llorar cuando te das cuenta de que todas las personas a las que quieres acabarán por rechazarte o morirse .

Chuck Palahniuk.

lunes, 12 de abril de 2010

Mallorca - Atlético de Madrid

El Mallorca de Gregorio Manzano sigue intratable en el Ono Estadi. Suma 36 de 39 puntos en casa. En esta ocasión, atropelló futbolísticamente a un Atlético de Madrid que acusó monumentalmente las bajas de Agüero y Tiago, dos jugadores básicos para el conjunto de la capital.

El partido tuvo poca historia. La defensa del Atlético, que estuvo lamentable durante todo el choque, dio todas las facilidades del mundo a Víctor y Aduriz para que adelantasen, en dos ocasiones, al equipo balear. El 1-1 lo había anotado Forlán, aprovechando una gran asistencia de Jurado.

Tras el descanso, los colchoneros ganaron metros y obligaron al Mallorca a replegarse, y buscar la sentencia mediante contragolpes. Pero, en el minuto 55, Raúl García dejó a su equipo con 10, tras una entrada absurda e innecesaria. Ya había sido amonestado por protestar siete minutos antes.

En el 78', Forlán se escapó de su marcador y pisó área, pero su potente zurdazo se marchó por encima del larguero. Y de lo que pudo ser el 2-2, se pasó al 3-1. ¿Cómo pudo ocurrir? Julio Álvarez saca un córner y Perea introduce el balón en su propia portería, en otro desesperante alarde de torpeza.

Mattioni cerró la goleada en el tiempo de descuento. Volea antológica, desde el vértice del área grande, que se coló como un obús por la escuadra del chaval De Gea. Cabe destacar que el joven guardameta colchonero tuvo varias intervenciones de gran mérito a lo largo del encuentro, y evitó una goleada de escándalo.

Así pues, el Mallorca se afianza en puestos de Champions League y el Atlético de Madrid alarga su mala racha fuera del Calderón. La última victoria a domicilio la consiguió contra el Valladolid, el día 9 de enero.

martes, 6 de abril de 2010

El local de Burgos

Verano de 2009

Se necesitan dos personas para levantar el cierre. La presión ha de hacerse de forma simultánea en ambos extremos de la cortina metálica (si se quiere subirla de una vez, claro).

El interior rezuma humedad. Sólo tras encender los neones puede apreciarse la totalidad de la sala. Es alargada, como un pasillo de unos tres o cuatro metros de anchura. Las paredes fueron pintadas de azul celeste hace años, pero ahora están surcadas por multitud de grietas y desconchones. Tal vez para paliar la sensación de decadencia, están forradas de carteles y banderas. Incluso hay tres estantes (quizá más) repletos de botellas de todo tipo: cerveza negra, rubia, ron...

Había olvidado mencionar los sofás y butacones. A lo largo del pasillo, enfrentados unos a otros, y separados por dos mesas negras, bajas, invadidas por bricks de vino, cartas y juegos de mesa. Y lo que parece ser una cubitera negra, vacía, con la marca "Cacique" serigrafiada.

Al fondo del pasillo se adivina una puerta. Digo se adivina porque está cubierta por la bandera de Cuba. Es la entrada al picadero. Se trata de un habitáculo claustrofóbico que contiene un colchón mohoso y una mesita llena de velas a medio consumir. David me explicó que, entre su grupo de amigos, tienen una coña, o mejor dicho, una apuesta sobre quién será el que estrene esa "habitación del amor". Sin embargo, todo apunta a que (a menos que se produzca un calentón extremo) ese colchón no va a ser testigo de escenas ardientes. Por lo menos, hasta que desaparezca el moho.

También al final del pasillo-local, pero a mano izquierda, hay una especie de almacén saturado de cajas y chismes, y un baño con retrete y lavabo. La lámpara del baño tiene pinta de farol de la época victoriana y cuelga del techo a una altura poco segura. De hecho, me golpeé en la cabeza, en una ocasión, después de mear. Ah, y el agua del grifo debería poder beberse (o eso se rumoreaba). La clave es dejar que mane hasta que se borre su color pardusco.

Volvamos a los elementos accesorios del local. En el momento de mi partida, es decir, la última vez que estuve allí, había todo esto desperdigado por el interior de la antigua mercería: un gorro de cabeza de pollo, unas tetas falsas, una Play Station de la primera época, una Play Station 2, una nevera rebosante de sangría y calimocho (todo elaborado con vino de 50 céntimos), una televisión, un Risk, un trivial, ¿un deuvedé?, una manta del Atlético de Madrid, dos micrófonos con los que Riboh imitaba a una sirena, bolsas llenas de juegos del hermano de Diego, los restos de un hacha de juguete, una escoba que Karim solía usar como arma, una fregona, vasos de plástico, cajetillas de Camel vacías y arrugadas, etcétera.

Pese a que la impresión que pueda extraerse de estas líneas sea que el PITIGON-2 es un tugurio infame, debo decir que me cautivó. Es increíble ver a esos burgaleses apoltronados en los sofás y pasándolo en grande. El local cobra vida cuando está habitado por estos chavales tan peculiares. David tenía razón, "el local es la VIDA", y sus amigos, unos fueras de serie. Ojalá nosotros tuviésemos un punto de encuentro así en el barrio. Ese apacible caos. Esa sensación de libertad, independencia y camaradería. Sin lugar a dudas, el local de Burgos, cuando está concurrido, desprende un magnetismo especial. Eso que los místicos denominan aura.

sábado, 27 de marzo de 2010

Parecía una noche como cualquier otra

La arcada sorprendió a Edu justo en la entrada del baño. El vómito ascendió por su garganta. Cayó de rodillas y terminó de potar junto al quicio de la puerta. Había tomado un menú Whopper tres horas y media atrás. En ese preciso instante, varios trozos de tomate verdoso, otros de ternera dura como una suela de zapato y algunas patatas demasiado fritas adornaban la parte delantera de sus pantalones y su camiseta. Edu tosió un poco para sacarse de la garganta otro pedazo de hamburguesa. Lo escupió sobre el charco de vómito.

Se incorporó con dificultad, apoyándose en las paredes del baño. Estaban tan cubiertas de mugre como el resto del guariche. Echó un vistazo rápido a los cagaderos vacíos. Edu pensó que era una putada haber vomitado a la entrada del lavabo, pero no se sentía culpable. Las inmundicias habían escapado de su boca sin avisar. Se miró en uno de los espejos. Su cara parecía esculpida en mármol, con la salvedad de las dos profundas grietas amoratadas que tenía bajo las cuencas oculares. En conjunto, aquellas ojeras y aquellos ojos hundidos le otorgaban un aspecto cadavérico. Su cabeza giraba vertiginosamente.

Tal vez había esnifado demasiado disolvente. Sí, seguro que todo era culpa de inhalar mierdas. La botella de ginebra barata no podía estar implicada. De pronto, se le aflojaron las tripas, así que embistió contra la puerta del último retrete de la fila y se sentó apresuradamente. Lo que vino a continuación es algo desagradable, por lo que el lector sensible puede obviar el resto del párrafo. El culo de Edu estaba bañado en sudor. La puerta del lavabo se abrió de golpe y entraron un par de chavales, pero ni se enteró. Estaba sumido en una auténtica espiral de pedos líquidos y cagarrutas delgadas y oscuras. Vomitó un poco más entre sus piernas.

Al cabo de veinte minutos, Eduardo salió del baño con la cara limpia. El pelo, la camiseta y los vaqueros empapados. Buscó a sus colegas con la mirada. Sólo vio a Carlos apoyado en una columna; tenía los ojos desorbitados y un vaso de tubo en la diestra.

-¿Dónde coño estabas? Pensé que te había dado un chungo.

-Eh, estoy bien.

-¿Hay duchas ahí dentro? -preguntó Carlos observando fijamente el cerco de agua que Edu estaba dejando alrededor de sus zapatillas.

Carlos acababa de tragar dos sellos embadurnados de ácido. Dentro de poco empezaría a vislumbrar colores palpitantes por todos lados. A escuchar rítmicos sonidos provenientes de ninguna parte. Apuró el cubalibre de un trago y lo dejó caer al suelo. No resultaba muy inteligente mezclar alcohol con LSD.

-Voy a follarme a esa.

Y se fue en dirección a una rubia bajita que meneaba las caderas un par de metros más allá. Edu se sorbió los mocos y barajó las opciones que tenía. O se quedaba en el local, a riesgo de amodorrarse, o se piraba. En el primer caso, los alicientes eran ver cómo la rubita mandaba a paseo a su amiguete, sentarse y esperar a que se le asentase el estómago, o comprobar si quedaba alguno más de la panda allí dentro. No era suficiente. Sin despedirse de su colega, subió las escaleras que llevaban al exterior.

Los relojes marcaban algo más de las cinco. El aire era fresco pese a estar a mediados de junio. Edu se frotó los brazos con energía. Caminó distraídamente un poco en línea recta; luego, callejeó con la esperanza de toparse con algún conocido, sobre todo del género femenino. Un repentino soplo de aire le hizo estremecerse en un cruce. Sopesó la opción de tomar un atajo hacia "La gruta", pero un poco más allá vio a un grupo de navajeros. Mala gente. Mejor coger el camino largo y evitar alguna que otra puñalada.

Estaba llegando al bar de su colega cuando reparó en Eva. Justo allí. ¡Vaya suerte, señores! Estaba preciosa (pese al pelo alborotado, el carmín desgastado y el rímel corrido). Edu supuso que la noche de Evita habría sido ajetreada. No la culpaba por ello. Era una chica encantadora; normal que todos los tíos perdiesen el culo por ella. En su caso... bueno, su caso era diferente: él estaba profundamente enamorado. Aunque, claro, esto no quiere decir que no se liase con otras. Edu sabía que su amor rozaba el platonismo, y también que era demasiado joven como para andar puteado por algo así. Se limitaba a enrollarse con ella, de vez en cuando, y cagarse en la puta madre de todos aquellos que se la follaban. Obviamente, él nunca lo había hecho. No por falta de ocasiones, o ganas, sino porque era un romántico empedernido. Creía en el amor verdadero y esas cosas.

Reparó en que le sabía la boca a vómito. Se recorrió los dientes con la lengua y escupió un par de veces sobre la acera. Manoseó torpemente su cabello, esbozando su mejor sonrisa. Un momento, ¿a quién quería engañar? Su aspecto era lamentable. Deseó largarse de allí sin ser visto, pero...

-¡Eduuuu!

Mierda, ella lo había reconocido. No existía ninguna escapatoria. Levantó la cabeza, haciéndose el sorprendido, y saludó con un gesto exento de convicción. Eva corrió hacia él, indómita y salvaje. Increíble.

-No te he visto en toda la noche. ¿Habéis ido al Atomic al final, no? -preguntó Eva, mostrando todos sus dientes al sonreír.

-Sí, uh, llegamos bastante tarde. Tuvimos que recoger a Pedro en la estación, y luego llevar a Toño a por una entrega, ya sabes. Una locura -respondió Eduardo, manteniendo las distancias. Lo último que quería era deleitarla con su penetrante hedor, mezcla de jugos estomacales y sudor.

Eva pareció no advertir el alejamiento intencionado de Edu, porque se acercó aún más. Lo cogió de la mano y lo llevó hasta un portal, con tres escalones a la entrada. Se sentaron en el segundo. Ella empezó a relatar su noche. La habían abordado seis o siete tíos, no recordaba el número exacto. Se había liado con tres, pero iba tan borracha que al poco tiempo de empezar a magrearse con el segundo le había echado la raba encima. Los chupitos gratis de tequila eran los culpables. El tercero no podía considerarse rollo siquiera. Al primer contacto bucal, Eva le transfirió un pedacito de comida a medio digerir y el tío puso pies en polvorosa con cara de asco. Eduardo se reía con ganas, le alegraba mucho esta circunstancia en especial. Eva disfrutaba viendo desternillarse a Edu. Parecía adorable.

Al cabo de media hora ambos tenían el culo frío. Llevaban un rato sin hablar, sólo mirándose. La conversación había surgido en torno a las actividades nocturnas, pero había derivado en una serie de pensamientos etéreos. Hablaron sobre la vida y la muerte, el universo, las drogas, el amor y el sexo. La eternidad. Y la conexión entre ambos se hizo patente. Cuando se conecta con alguien no hace falta decirlo. Las dos personas se dan cuenta en el acto, entre ellas se crea un vínculo muy íntimo.

Eduardo pensó que nunca había sentido nada tan fuerte por Eva como en aquel preciso instante. Eva supo que Edu no era uno más. Decidió que no saldría más por ahí "a lo destroyer" para paliar su arraigado sentimiento de soledad, de desamparo. No volvería a buscar en brazos extraños el cariño que no tenía. Vio en los ojos de aquel chico todo el cariño que podía necesitar. Y, como no podía ser de otra forma, se besaron. Fue un beso con sabor a bilis y a hamburguesa, pero os aseguro que fue el beso más apasionado en el que jamás había participado ninguno de ellos. Un beso de la hostia.

[...]

Más tarde subirían juntos a la casa de Eva. Se desnudarían en silencio, se acariciarían con las manos y con las miradas. Se amarían durante horas. Pero eso ya es otra historia. Además, no quisiera invadir la privacidad de nadie con detalles íntimos. Eso sí, debéis saber que, tras aquella maratoniana sesión de pasión, Eduardo se prometió que nunca más volvería a drogarse. Después de todo, con una adicción es más que suficiente. Y la suya tenía piso propio, ¡y una cama enorme!

lunes, 8 de marzo de 2010

(Terremoto) Introduciendo al desastre

A estas alturas, todo el mundo conoce a la perfección las características de la catástrofe natural que sufrió Chile. Cifra de muertos y desaparecidos, intensidad del seísmo, altura de las olas del tsunami, nombre de la presidenta en funciones, nombre del presidente electo, incluso la situación de Chile en el mapamundi, para los más despistados. Como reincidir sobre estos datos no aportará nada nuevo, habrá que contemplar la tragedia desde otro punto de vista.



En este vídeo de apenas treinta segundos de duración, se aprecian claramente las consecuencias reales del terremoto. No hablo de cifras oficiales, ni de escalas de intensidad, ni de datos numéricos vacíos. Basta con mirar los rostros de los afectados para comprender un poco mejor lo que ha pasado, y lo que esto ha significado y significará para sus vidas.

El enfoque prometido no hace hincapié en los datos, sino en las emociones. Por un lado, tenemos lo irracional, el dolor descarnado, las imágenes de locura. Por el otro lado, una narración realista, cruda, tal vez pesimista. No es más que un retablo de lo que ocurre en Chile. Para que nos entendamos, me da igual que la intensidad del seísmo fuese de ocho coma ocho, o de siete coma cuatro. A mí lo que me preocupa es cómo se estarán sintiendo los miles de afectados, en este preciso instante. Intento imaginármelo, pero me parece que desde la distancia es muy fácil fingir empatía.

sábado, 6 de marzo de 2010

(Terremoto) Sobre el instinto de conservación

El crujido de la placa de yeso al quebrarse anticipó el derrumbe de la sección del techo que aún no se había desprendido. Un hombre menudo, moreno, de rostro vulgar, y cuyo nombre carece de importancia, pegó la espalda contra la pared y contuvo la respiración. Desde allí, contempló cómo los escombros se desparramaban sobre la alfombra. La montaña de cascotes, que ahora presidía el comedor, era de un tamaño considerable.

Inspiró y expiró trabajosamente, se santiguó y reanudó su quehacer. Aquella ruinosa vivienda pedía a gritos que la saqueasen. Colgado al hombro portaba un deteriorado saco de patatas. De la habitación contigua salieron dos compañeros. Cargaban con un viejo televisor Royal en blanco y negro. En aquella barriada, no albergaban esperanzas de encontrar algo más valioso.

Pese al toque de queda (dictado horas atrás por el Gobierno chileno), la población se mostraba inquieta. Corría el rumor de que ya no quedaba agua potable ni gasolina, en Concepción. Muchos se echaron a la calle, invadidos por ese sentimiento de miedo colectivo. Familias al completo colándose en la casa del vecino -derruida o no- para adueñarse de las pertenencias de valor que hubieran sido "abandonadas". La otra cara del doblón reflejaba a quienes protegían sus posesiones armados con palos, cuchillos e, incluso, armas de fuego.

[...]

Nuestro estimado ratero estaba agenciándose una elegante cubertería de boda, cuando escuchó el gemido. Provenía del fondo de una escombrera. Durante un fugaz segundo, los músculos se le agarrotaron y permaneció en el sitio, petrificado. Aguzó el oído: parecía un bebé. Fuera, sus compinches empezaron a silbar. Eso significaba que los soldados ya venían por la calle principal, los tenían casi encima. "Tienen orden de disparar al cuerpo si es necesario", o eso decía la prensa. Enormes rifles de asalto.

El saqueador se dio media vuelta y echó a correr hacia la salida. El tintineo proveniente del saco ahogó los lamentos de la criatura sepultada.

miércoles, 3 de marzo de 2010

(Terremoto) Hechizos y espejismos baudelairianos

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El muerto gozoso

En una tierra grasa, hastiado ya de besos,
quisiera por mi mano cavar, profunda y sola,
una fosa en que puedan, al fin, mis pobres huesos
dormir en el olvido como el pez en la ola.

Odio los testamentos y los llantos acerbos;
antes que mendigar una lágrima al mundo,
preferiría, vivo, invitar a los cuervos
a ensangrentar su pico sobre mi cuerpo inmundo.

¡Gusanos!, silenciosos y ciegos compañeros,
he aquí un muerto gozoso que hoy ha venido a veros;
hijos de toda podre, filósofos despiertos,

moveos libremente sobre mi sepultura,
decid si reserváis aún alguna tortura,
a este cuerpo sin alma, al muerto
entre los muertos.


El gusto de nada

Triste espíritu mío, otro tiempo esforzado,
la esperanza, que ayer atizaba tu ardor,
¡ya no quiere espolearte! Échate sin pudor
como un caballo viejo que en todo ha tropezado.

Duerme, duerme, alma mía, corazón resignado.

Para ti ya no cuentan, espíritu burlado,
ni el amor, ni la lucha, viejo merodeador.
Placeres, no tentéis la sombra y el dolor.
Adiós, cantos, suspiros... La flauta se ha callado.

¡Primavera adorable, has perdido tu olor!

El tiempo me devora, segundo por segundo,
como la nieve inmensa a un cuerpo ya sin vida;
contemplo desde lo alto la redondez del mundo
y no hallo en todo él para mí una guarida.

Avalancha, ¿quisieras llevarme en tu caída?


.
Poemas escogidos de entre los geniales versos que compuso Charles Baudelaire en la creación de su obra maestra: "Las flores del mal". Estas imágenes de locura me vienen a la mente, cada vez que veo escenas de la tragedia por televisión, como un reflejo de "lo irreparable, lo irreversible, lo irremediable" que atormentaba a nuestro autor.

lunes, 1 de marzo de 2010

(Clima) Aquellos días

-¿Qué pasa contigo, tío? -bufó Jandro, al tiempo que tiraba al suelo la colilla consumida que tenía entre los dedos.

-Perdón por el retraso -contestó Samuel, mecánicamente-. Estaba buscando la cartera. No veas, ha aparecido ahí, en lo más profundo del cajón.

-Joder, pues llevo esperando media hora.

-Anda, anda. No flipes que no he tardado ni diez minutos.

Jandró sonrió y, amistosamente, le dio una patada en el trasero a su amigo.

-Dos pitillos han caído -comentó mientras caminaban bajo la luz de la farolas-. Si la palmo de cáncer de pulmón, puedes sentirte culpable.

[...]

Salieron del ultramarinos regentado por Xhu Ling ("el Chulín", para los amigos), con dos latas de cerveza formato yonqui. Es decir, de 500 mililitros cada una.

-¿Dónde vamos?

Decidieron darse una vuelta por el carril-bici, y de paso acercarse a ver las obras de "la ampliación de la red de Metro". De camino, Samuel se fijó en un hombre mayor que esperaba en el semáforo para cruzar la calle. En ese preciso instante, no llovía, pero el viento era intenso y el suelo resbaladizo. Samuel se quedó mirándolo hasta que el semáforo se puso en verde y el anciano, tambaleándose peligrosamente, prosiguió su camino.

Mientras caminaban sobre la roja alfombra de asfalto agrietado que era el carril-bici, Samuel se fijaba en cada tonalidad existente en aquella desapacible noche. Predominaba el gris, de la atmósfera, y el naranja, del cielo y las farolas.

Vieron pasar un autobús azul y bromearon al respecto. Los autobuses eran rojos, de toda la vida. Esa manía que tenía la E EME TE de renovarse cambiando de color no tenía ningún sentido. Un autobús azul era la cosa más fea del mundo. Encima, ahora los fabricaban sin cristalera en la parte posterior; un "atropello a la ciudadanía", según Jandro. Ahí fue cuando Samuel recordó la anécdota que, días atrás, le había referido una compañera de clase, sobre unos tíos que fumaban plata en la parte de atrás de un bule. A su amigo le gustó mucho el chascarrillo.



[...]

-Joder, estos chinos son la hostia -comentó Jandro, irónicamente-. En verano te dan las cervezas que parecen sopicaldo. (Echas unos fideos y te queda una sopa de puta madre). Y en invierno están tan frías que creo que se me han congelado los dedos y no voy a poder despegarlos de la lata.

Samuel se enjuagó la boca con birra y sonrió. Un par de minutos después llegaron su antiguo lugar de encuentro, donde hace años quedaba toda la panda. Un parque enorme que ahora estaba vallado y socavado a causa de las obras del Metro. Como de costumbre, despotricaron contra Esperancita, la bruja mayor del reino, y el pelele de Gallardón. Escupieron por encima la verja. Jandro miró al otro lado de la M-40 y vio esas horribles hormigoneras verticales, mitad rojas y mitad blancas.

-Bua, macho, ¿ves esos tubos de allí? Me recuerdan a esas movidas que se meten por el culo con afanes terapéuticos, ¿cómo se llaman?

-¿Consoladores? -aventuró Samuel.

-No, coño -dijo Jandro muerto de risa-. Que son así, como cápsulas... ¡Ah, supositorios!

Recogieron un par de propagandas del Ahorramás, que había en un buzón cercano. Las emplearon como aislante entre sus culos y la madera húmeda del banco donde se sentaron a terminarse la cerveza. En silencio, por primera vez desde que habían salido de casa, observaron su entorno. La realidad cotidiana de su barrio, todo lo que podía contemplarse desde allí. Farolas fundidas, gapos viscosos, pintadas en los muros, mierdas de perro, bolsas de plástico arrugadas, chicles mascados, el pavimento levantado e inundado por la gravilla, conos naranja-fosforito de las obras... Pese a que no lo comentaron entre sí, ambos estaban pensando en lo mismo: el pasado. En cómo los caminos de cada uno de sus compinches se habían ido separando con el paso de los años. La gente se hacía mayor. Había que madurar, ¿no?

Los asaltó una inmensa nostalgia. Y se puso a llover a lo bestia.

(Clima) Historias de la EMT

Adriana esperaba al autobús desde hacía media hora. El contexto: lluvia torrencial y una ventolera de mil demonios; en definitiva, un ambiente de lo más desagradable. Bajo la marquesina cada vez había más y más gente. Las ancianas que venían de la frutería maldecían a gritos. Adri cogió el mp3 y buscó Extremoduro, quería evadirse. No obstante, al poco rato, y ante la insistencia chillona de la mujer del carrito de la compra con estampado rústico (¡toma ya!), Adriana comprobó (por cuarta vez en tres minutos) la tabla donde venía apuntada la frecuencia de paso de los autobuses. Entre cinco y ocho minutos. Madre del amor hermoso, qué estafa. Por fin, doblando la calle apareció el autobús y la gente suspiró aliviada.

-Ahora me va a oír ese sinvergüenza -dijo alguien con una voz muy antipática-. Ja, pues menuda soy yo.

Mientras las viejas despotricaban con saña contra el indefenso conductor, Adriana aprovechó la ocasión para hacer uso del abono mensual y escabullirse hacia la parte trasera del vehículo. Se sentó en la penúltima fila y apoyó su cabeza contra el cristal empañado. La gente podía llegar a ser de lo más agria. Es decir, claro que a ella también le jodía esperar treinta y tantos minutos bajo la lluvia para coger un puñetero autobús. Pero no por ello iba a pagar sus frustraciones con un pobre chaval que no tenía culpa de nada. La cadencia de salida de los buses era preestablecida por radio, vamos, eso pensaba ella. Clavó la mirada en la chepa de un par de viejas brujas que aún refuñaban más allá. Luego, cerró los ojos y suspiró.


En la última fila de ese mismo autobús, dos hombres cuchicheaban con la cabeza gacha. Uno de ellos calentaba un papel de plata con el mechero; el otro sostenía un tubito de metal entre los dedos. Tenían las manos roñosas. La mezcla que estaban preparando es conocida comúnmente como un arrebujao; o lo que es lo mismo, una mezcla de cocaína en base y heroína, un par de micras de cada. Estos dos tíos aparentaban los cincuenta años, pero ninguno llegaba a los treinta y cinco. No pretendían molestar a nadie, simplemente necesitaban un lugar cubierto donde pillarse el colocón.

Ese olorcillo característico que desprende la gota al "cocinarse" se desplazó hacia la fila delantera. Adriana abrió los ojos, se giró discretamente y volvió a cerrarlos en el acto. De no ser porque se moría de vergüenza, se hubiese cambiado de asiento. No obstante, aguantó el tipo, limpió con el dorso de la mano el vaho del cristal y se concentró en las farolas de ahí fuera. Mentalmente, contó las paradas que faltaban hasta la suya.

Una vez en casa, buscó a su padre y le contó lo sucedido. Estaba preocupada, siempre había sido un poco hipocondríaca. Tal vez, al inhalar el humillo resultante de la cocción, parte de la droga se había adosado a su organismo. Uf, seguro que ocurría algo así. Las cosas empezaban a darle vueltas, y más vueltas. De repente, se encontraba muy mal.

-No, hija mía, no -respondió el padre riendo-. Lo que coloca es el vapor que inhalan mediante el tubo. Si fuese como tú dices, la parte de atrás del bus estaría siempre llena de gente.

domingo, 28 de febrero de 2010

(Clima) Viaje de vuelta e ida

En el semáforo, la estoica silueta de un hombrecillo color rojo brillante. Las calles estaban prácticamente desiertas. Por la noche, el clima en la ciudad era hostil. Un vejete decrépito se apoyaba a duras penas en su bastón. Miró a izquierda y a derecha, pero ningún vehículo iba a aparecer en los próximos minutos. (La utilidad de un semáforo, en una calle por la que casi nunca pasan coches, es un misterio). Pese a que podía cruzar sin peligro, el anciano no hizo un solo movimiento. Esperó pacientemente a que el hombrecillo verde relevase al rojo. De todas formas, lo último que quería era volver a casa.

Caminó con dificultad por la acera mojada. La humedad y las ráfagas de viento de la sierra habían acentuado sus dolores reumáticos, en los últimos días. El cielo era una manta arrugada de tinte ámbar, y la lluvia ofrecía una tregua momentánea. El viejo encorvado sufrió un ataque de tos al llegar a su portal. Se apoyó en la pared para recobrar el aliento. Ochenta y seis años, ya. Sesenta y dos de los cuales había compartido con Ágata, su esposa. Su carcelera. Rememoró tiempos mejores mientras su respiración se acompasaba. Añoró la juventud perdida.

La llave le temblaba en la mano. Su pulso ya no resultaba fiable, por así decirlo. Don Gerardo, una eminencia según su esposa, le había diagnosticado Parkinson. Tras mantener una silenciosa pelea contra sus propios temblores, por fin, logró incrustar la llave en la cerradura. Dentro, el ambiente estaba sobrecargado, apenas se podía respirar. Nuestro vetusto amigo pensó con amargura que acababa de introducirse en un microclima, como los que había en el zoológico; concretamente, en la jaula de las hienas.

Su mujer parecía a punto de hundirse en el sillón, pero sus garras, asidas con fuerza a los reposabrazos, la mantenían a flote. Era prisionero de una dictadora con gafas de pasta, pelusa grisácea sobre el labio superior y un rostro con la textura de una remolacha.

-¿Se puede saber de dónde vienes, calzonazos?

El anciano cerró la puerta con delicadeza, y aguantó el chaparrón. En aquella penumbra, sus ojos se mantenían fijos en las puntas de sus zapatos. Fijos y cada vez más húmedos.

-Manda narices la cosa. Todos los días me haces lo mismo. Te largas por ahí después de cenar y no se sabe nada más de ti hasta las tantas. ¿No te da vergüenza dejar a tu pobre esposa aquí sola, con la cantidad de gentuza que hay suelta? Pues nada. Está claro que al señor le sudan los cojones. Seguro que te vas de putas, o algo así, porque si no, no me lo explico. ¿A qué viene esa manía de pulular a estas horas? Que estás hecho una pena, Ramiro, que lo sabes muy bien. Que cualquier día te escoñas y "amén, Jesús". Lo que tienes que hacer es quedarte quietecito en casa y no moverte, pero tú erre que erre. Ni caso, como siempre.

Etcétera, etcétera, etcétera. El viejo dejó de escuchar. Esa vieja arpía quería enterrarlo en vida. Pues ni hablar. No iba a consentirlo, seguiría tomando diariamente sus dosis de libertad mientras tuviese fuerzas para caminar.

-Me voy a la cama -informó Ramiro-. Que descanses.

-Eres un desgraciao.

Una vez arrebujado entre las sábanas, Ramiro dejó a su mente volar hacia cada instante feliz de su vida. Cada momento que había merecido la pena de aquellos ochenta y seis años. Se vio montando en bicicleta con Joaquín y otros chavales del pueblo, cazando ranas en la poza, jugando con la escopeta de corcho, y luego haciendo la instrucción en Aranjuez, escribiendo cartas de amor a una joven Ágata, amándola apasionadamente en el pajar, bebiendo orujo de hierbas hasta caer doblado sobre la mesa (porque una apuesta es una apuesta), viajando a Roma, a Bruselas, a Berlín, a Nápoles, viendo crecer a sus dos mocosos, Leandro y José Luis, cómo los quería... Así permaneció durante un par de horas. De fondo, se escuchaban los ronquidos de Ágata y al vendedor de la teletienda anunciando una máquina para trocear hortalizas, pero Ramiro sólo atendía a las voces de su pasado.

Poco a poco, se fue quedando dormido. Tenía una sonrisa en los labios cuando su corazón se detuvo. "Su mirada, dulce y gris, voló".

lunes, 15 de febrero de 2010

Nieve: Zarzalejo me cambió la vida

Lo reconozco, estoy muy gordo. El médico me advirtió hace un par de meses de que mis 147 kilos acortarían considerablemente mi esperanza de vida. El riesgo de infarto se multiplica si tienes las venas colapsadas por colesterol de la peor clase. Pero seré franco, me sentía en plena forma. Para mí la apariencia física no es más que una gilipollez, un resultado más del consumismo y del culto al cuerpo. Y por la que no pensaba renunciar a esas apetitosas bambas de nata; ni a untar el aceitillo sobrante de las frituras; ni a la mayonesa, salsa barbacoa o roquefort; ni a ninguno de mis otros grasientos (y suculentos) vicios culinarios. Además, los problemas de salud son para los viejos, y yo aún tengo 35 años. El problema es que, en este preciso instante, creo que estoy al borde del infarto. Siento como si tuviese un yunque sobre mi esternón. Ahora sí que estoy asustado.

Los sanitarios del UNO UNO DOS me hacen sentarme el la parte trasera de la ambulancia: la puerta está abierta. Mientras me examinan, dejo que mis ojos deambulen por la calzada. Los copos caen oscilantes sobre la carrocería de los vehículos empotrados que bloquean ambos carriles y humean en silencio. La colisión se produjo a eso de las 11:07. Un Audi A4 blanco patinó sobre las placas de hielo y se fue directo al arcén; el coche que le seguía, un Fiat Punto rojo no pudo esquivarlo y se lo comió. Fue un choque en cadena. Me empotré contra ellos, y pensé que se me había partido el cuello cuando otro vehículo descontrolado chocó con el culo de mi pobre Seat. Alguien me ayudó a salir del coche. La puerta del conductor estaba encajada, así pues tuvieron que sacarme por la del copiloto. Qué vergüenza.

El sanitario me dice que no sufro ninguna herida de consideración, así que le doy las gracias y me acerco a mi automóvil. Siniestro total; justo dos semanas después de que le cambiase el seguro, de todo riesgo a terceros. Maldigo mi estampa. A mi alrededor, no parece que haya ningún herido grave; la gente forma corrillos y habla agitadamente. Algunos llaman a sus familiares para darles la noticia. También hay quien se recuesta en un capó abollado y se fuma un pitillo con los ojos cerrados.

high angle view of cars on a freeway driving in fog


La nieve sigue cayendo lenta, inexorable. Tengo los dedos agarrotados y me cuesta muchísimo subir la cremallera del abrigo. La nariz me gotea. La nieve empieza a cuajar sobre mi barba, mientras me acerco al arcén. Reparo en una placa de hierro retorcida. La recojo del suelo. Joder, sólo me he agachado y ya tengo el corazón a mil por hora... A la mierda, en cuanto llegue a casa me desharé de toda la comida basura que tengo almacenada. Voy a empezar a cuidarme; en serio, una experiencia tan radical -en un paisaje tan bucólico- me ha hecho replantearme el valor de mi existencia. Jadeando con levedad examino el cartel arrancado: M-533, km 7.

martes, 9 de febrero de 2010

El proceso creativo

Jimmy tenía la historia en su interior. Tras anotar "Hastío" en la parte superior del folio, comenzó a escribir sin saber bien cuál iba a ser la próxima palabra. Todas las emociones, sensaciones y protestas reprimidas durante años hervían por salir de su interior.

Cuando se levantó de la silla, ya tenía una historia. Sabía que era literatura estrafalaria. Sabía que era imposible. Pero lo había conseguido. Y sabía que tenía un millón de narraciones más en su interior, historias que sólo precisaban de una chispa para salir a la luz. Pero, ¿sería capaz de escribirlas?


Extraído del libro "Por el pasado llorarás", de Chester Himes.

miércoles, 3 de febrero de 2010

Nada que demostrar

Tengo una Glock 19 en mi mano derecha. Percibo el frío de su empuñadura. La aprieto con todas mis fuerzas para infundirme valor. A mi alrededor la gente va y viene, se arremolina dejando tras de sí diferentes hedores y permufes caros. Tengo una pistola del calibre 9 milímetros Parabellum en mi mano derecha y nadie parece darse cuenta.

No sé exactamente dónde estoy metido. La primera imagen que se me viene a la cabeza es la estación de metro abandonada en la que se enfrentan Neo y el agente Smith, en Matrix. Pese a mis dudas, me introduzco en el vagón de metro y apunto aleatoriamente a las cabezas de sus ocupantes.

-Todo el mundo al suelo, joder.

Así es como se hace en las películas. El atracador entra en escena esgrimiendo un arma y pronuncia las palabras mágicas. Ahora puedo ver una miríada de rostros desencajados. Ese viejo de allí tiembla sin remedio. Aquel ejecutivo de allá abraza su maletín con fervor casi religioso. Una embarazada acaricia su vientre hinchado mientras me mira sin pestañear.

Es entonces cuando los de seguridad espabilan, claro. Ahora vendrán haciéndose los héroes y me obligarán a disparar. Me forzarán a hacer algo que no quiero hacer. Para escapar tendré que vaciar un par de cargadores. Cristales rotos por todas partes.

[...]

En el piso de arriba hay un montón de autocares aparcados. Subo corriendo a uno que parte hacia Valladolid. Le digo al conductor que vaya tranquilo, que si se porta bien nadie saldrá herido; así evitaremos disgustos. El tipo asiente con la frente empapada. El sudor le resbala por la cara a chorros. El cuello de su camisa absorbe el goteo incesante de agua y sales canalizado por las orejas. Siento náuseas. Observo a los ocupantes del autocar. Hay toda clase de pasajeros: chicas jóvenes, ancianas histéricas, madres, hijos e, incluso, un señor con bigote.

Me siento junto a la ventana, en la tercera fila de asientos que hay a la espalda del conductor. El viaje se me hace eterno. En la autopista, se suceden los accidentes, aunque no nos vemos implicados en ninguno. Nunca he visto nada parecido: los coches arden en el arcén o salen despedidos por encima de los quitamiedos, pero a nosotros ni nos rozan.

Oigo gimotear a una señora, al final del pasillo.

-No quiero morir -balbucea con voz de pito, mientras yo pienso que todos moriremos, tarde o temprano.

Viajo mirando alternativamente a la carretera y al resto del pasaje. Creo que el hombre del bigote está tramando algo. No es normal que tenga el ceño tan fruncido. Fijo mi vista en él y levanto la pistola, como recordatorio. El tipo saca de su mochila unas gafas de sol negras y se las coloca. Su morro torcido me pone de los nervios.

De pronto, la furgoneta blanca que nos precede (¿o es beis?) hace un trompo y queda atravesada en mitad de la carretera, obstaculizando dos carriles. Un coche intenta una maniobra evasiva y nos impacta lateralmente. El autocar se bambolea y yo me doy un hostión en la cabeza, pero nuestro conductor consigue mantener el vehículo en la calzada. Reparo en el dolor. Me llevo la mano a la parte superior izquierda de la cabeza y la tanteo. Luego, me miro los dedos y los encuentro manchados de sangre. Una sangre muy diluida, por cierto.

Maldigo en voz baja mientras me volteo para comprobar los efectos del choque entre los viajeros. Entonces me fijo en un yonqui que está sentado al otro lado del pasillo, una fila por detrás de mí. Tiembla violentamente, lo que me hace pensar automáticamente en mi cepillo de dientes eléctrico. Cuando vuelvo a mirarlo, poco después, la barba le ha crecido, como si hubieran pasado un par de días. De hecho, ni siquiera puedo asegurar que se trate del mismo hombre.

El vehículo avanza esquivando coches en llamas; yo me voy comiendo la cabeza. Tal vez lo de secuestrar el autocar no haya sido una buena idea. La chica que ocupa el asiento de al otro lado del pasillo lloriquea un poco. Es bastante mona. Un mechón de pelo oscuro y unas gafas cuadradas enmarcan dos enormes ojos verdes. Me inspira una profunda pena, así que trato de consolarla. Me muevo al asiento de al lado y susurro.


-Eh, puedes estar tranquila. No voy a haceros daño a ninguno.

Me obligo a sonreir, quiero animarla. No es justo que haya personas pasándolo mal por mi culpa, pero tengo que mantener el control de la situación. Todo se reduce a eso. Ella me mira, seria de repente.

-Ya, si lo sé. El problema es el tiempo. Estos individuos no se callan, no paran de quejarse. Y lo que van a hacer, en cuanto todo esto termine, es irse por ahí a comprar, a gastar su tiempo en chorradas. No han aprendido nada con todo este follón.

-Realmente, sólo lo hago para probarme -explico, como si hubiese escuchado otra cosa-. Es decir, ¿soy capaz? Estaba un poco harto de siempre la misma rutina.

Ella me sonríe, asintiendo.

-Es emocionante. ¿Estabas en una situación límite?

Y, de pronto, pienso en qué coño estoy haciendo. ¿Qué pasará cuando me cojan? Intento imaginarme la situación. Quizá me golpeen el cráneo con saña, me esposen y me arrojen a un calabozo a la espera del juicio. No quiero ir a la cárcel, vete a saber qué clase de barbaridades ocurren allí. O tal vez los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado me cosan a balazos a la mínima oportunidad. La angustia me antenaza la garganta. Siento como si mi estómago se hubiese comprimido sobre sí mismo hasta reducirse al tamaño y textura de una uva pasa.

Un buen amigo, compañero de clase además, ocupa el asiento que tengo delante. No lo había visto hasta ahora. Se encarama al respaldo e intenta darme ánimos. Me dice que tampoco conlleva una pena judicial tan alta el hecho de secuestrar un autocar. Pero no sólo es el secuestro lo que me preocupa... En la huída que emprendí para llegar al autocar he disparado contra varios policías y civiles. Cristales rotos, ¿recuerdas? Joder, ahora me acuerdo perfectamente. Es probable, bueno, en realidad es casi seguro que alguno haya muerto.
Me siento enfermo. ¿Soy un puto asesino? ¿Por qué disparé tan alegremente antes? ¿Era yo quien disparaba? "La cabeza no deja de girar". No pasa nada, debo de estar soñando y, en los sueños, todos los errores que se cometen se enmiendan al abrir los ojos. Un momento, ¿seguro que esto es un sueño?

Y justo entonces me despierto.