Un vaho de hedores hirvientes emergía de la sartén y quedaba flotando en el aire inmóvil y caliente, no más arriba de los techos: olor a barbacoas crepitantes, pelo chamuscado, humos de fritura, basura podrida, perfumes baratos, cuerpos sucios, edificios decrépitos, asaduras de perro, gato y ratas, whisky y vómitos, y de todas las restantes y resecas pestilencias de la miseria.
"Empieza el calor", de Chester Himes.
Impresionante.
"Empieza el calor", de Chester Himes.
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