La noche hace de mi boca un sumidero,
sale por ella toda la mierda que llevo dentro.
Me agita tanto como mi infancia al despertarme
para ir un instante más al colegio.
El invierno me ha enseñado a guardar las lecciones
para el invierno, para las noches de trueno,
en las que quema el bolígrafo hasta quedar seco.
Y peleo y batallo sobre un corcel contra los recuerdos.
Los vomito. Soy un bulímico de sueños.
Así es como el insomnio me observa desde el espejo
y la sombre me aprieta contra su pecho...
Así es como expulso mis desiertos
y recibo a cambio ademanes inciertos de creer,
durante un segundo,
que probablemente el tacto de tus besos no provenía del cielo,
que ahora mismo soy algo más que una nube extraviada
lloviendo, llorando, escribiendo,
echándote de menos.
Poema de Francisco Fernández, extraído de su libro Lo supe en cuanto te vi.
Feliz 23 cumpleaños, artista.
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domingo, 25 de marzo de 2012
jueves, 2 de febrero de 2012
miércoles, 23 de noviembre de 2011
Lo supe en cuanto te vi, en la radio
A partir del minuto 27 entrevistan a mi colega Fran, acerca de su libro "Lo supe en cuanto te vi".
Gran tío, gran poeta.
Echadle una escucha.
¡Hasta otra, valientes!
Gran tío, gran poeta.
Echadle una escucha.
¡Hasta otra, valientes!
miércoles, 30 de marzo de 2011
XV certamen literario "San Jorge"
Me acaban de comunicar que he sido seleccionado como finalista del XV certamen literario "San Jorge", en la modalidad de prosa. El relato que envié se titula Psicoanálisis, y lo redacté en una tarde de furia.
¿La recompensa? 500 euros, una placa y un lote de productos de Albacete (espero que sean comestibles); pero, sobre todo, la ilusión de saber que un jurado ha considerado digna de tal premio una historia surgida de esta mente enferma.
En octubre, escribí una entrada (con un ACERTADÍSIMO paréntesis) en la que daba mi opinión acerca de los concursos literarios. No quería enfrentarme al público real, al juicio de personas ajenas. (Los lectores del blog soléis ser muy benevolentes). Realmente, escribo para mí. Y pienso seguir haciéndolo, aunque ahora me atreva a lanzar pequeños retazos de fantasía a la fría hostilidad de las calles, al potencial ensañamiento del lector sin rostro.
Quiero dar las gracias a todos aquellos que siempre me habéis animado a enseñar lo que escribo. No pienso redactar una lista interminable de nombres. Ni que me hubiesen dado el premio Nobel, copón. Solo voy a dejar constancia de quienes más han creído en mí.
Mi más sincero agradecimiento a:
Claudia (mi hermana, crítica y fan número uno; liderando todas las listas, por supuesto), David (por acogerme en Burgos, por el Camino de Santiago, batallitas en La Vid y tu fe ciega), Lulú (por ser auténtica y valiente, una verdadera idealista), Fran (poeta descomunal, me diste aliento hasta en la dedicatoria de tu libro; pronto volveremos al Rastro), Carmen (porque la locura hay que expresarla, ¿verdad?; y porque leerías el blog aunque el mundo fuese a acabarse), Dani (por Dupla Producciones, por miles de proyectos y por todo lo que me comentaste aquella noche de borrachera), Andrés (porque te flipa leer aunque seas un tipo duro y por millones de ratos compartidos), Laura (el ángel de ojos enormes, la responsable de que siga cuerdo; necesitaría miles de folios para expresar todo lo que te debo), Jose (sr. cofrade mayor, por luchar porque la banda no se desfragmente, por seguir fiel, siempre)... Y a todos los que visitáis esta web asiduamente, porque sois el verdadero motor de mi sueño.
El mismo sueño que cuando era un crío.
¿La recompensa? 500 euros, una placa y un lote de productos de Albacete (espero que sean comestibles); pero, sobre todo, la ilusión de saber que un jurado ha considerado digna de tal premio una historia surgida de esta mente enferma.
En octubre, escribí una entrada (con un ACERTADÍSIMO paréntesis) en la que daba mi opinión acerca de los concursos literarios. No quería enfrentarme al público real, al juicio de personas ajenas. (Los lectores del blog soléis ser muy benevolentes). Realmente, escribo para mí. Y pienso seguir haciéndolo, aunque ahora me atreva a lanzar pequeños retazos de fantasía a la fría hostilidad de las calles, al potencial ensañamiento del lector sin rostro.
Quiero dar las gracias a todos aquellos que siempre me habéis animado a enseñar lo que escribo. No pienso redactar una lista interminable de nombres. Ni que me hubiesen dado el premio Nobel, copón. Solo voy a dejar constancia de quienes más han creído en mí.
Mi más sincero agradecimiento a:
Claudia (mi hermana, crítica y fan número uno; liderando todas las listas, por supuesto), David (por acogerme en Burgos, por el Camino de Santiago, batallitas en La Vid y tu fe ciega), Lulú (por ser auténtica y valiente, una verdadera idealista), Fran (poeta descomunal, me diste aliento hasta en la dedicatoria de tu libro; pronto volveremos al Rastro), Carmen (porque la locura hay que expresarla, ¿verdad?; y porque leerías el blog aunque el mundo fuese a acabarse), Dani (por Dupla Producciones, por miles de proyectos y por todo lo que me comentaste aquella noche de borrachera), Andrés (porque te flipa leer aunque seas un tipo duro y por millones de ratos compartidos), Laura (el ángel de ojos enormes, la responsable de que siga cuerdo; necesitaría miles de folios para expresar todo lo que te debo), Jose (sr. cofrade mayor, por luchar porque la banda no se desfragmente, por seguir fiel, siempre)... Y a todos los que visitáis esta web asiduamente, porque sois el verdadero motor de mi sueño.
El mismo sueño que cuando era un crío.
lunes, 27 de diciembre de 2010
Fauna nocturna madrileña I
Hombres. Casados o pajilleros, o ambas cosas. De entre treinta y muchos y cincuenta y pocos. Calvos, gordos, con perilla y mirada lasciva. Labios encarnados, húmedos porque una viscosa lengua los recorre asiduamente. Una mano sostiene el cubata, la otra no sale del bolsillo. (Quizá alguno se esté acariciando la entrepierna a través del pantalón).
Están ahí, como pasmarotes, en mitad de la pista de baile. No quitan el ojo a las piernas de mis compañeras de clase. Sonrisa sesgada. Tuercen el cuello, comentan algo entre ellos y se carcajean. Me dan asco.
-Están de convención en Madrid, seguro -me susurra Luis al oído (un gran compañero de clase, con 41 tacos y trabajo estable)-. ¿Tú crees que un padre de familia que viva aquí dejaría en casa a sus mujer e hijos para venir a zorrear a este antro?
Ni idea. ¿Cómo se supone que voy a saberlo? Analizando su chocante aspecto, me extraña cada vez más que alguien los esté esperando en casa.
-Solterones salidos. ¿Quién iba a querer emparejarse con estos tiparracos? -sentencio.
Luis menea la cabeza.
-La soledad es una cosas muy jodida, tío. Puede que a día de hoy te la sude, pero, te lo digo por experiencia, cuando llegas a una cierta edad... te acabas agarrando a lo que sea.
[...]
Ahora estoy apoyado en una Yamaha TZR50 (no es mía), con los ojos cerrados y la cabeza hacia atrás. Son las cuatro y media de la madrugada y está helando. La mayoría de la gente se ha cambiado de local en cuanto encendieron las luces. Efe y yo, en cambio, nos hemos tomado un respiro.
-A estas alturas ya acosan menos, ¿eh? -comenta Efe, pensativo.
Sonrío. Es increíble la cantidad de relaciones públicas de locales de medio pelo que puedes encontrarte por Huertas un miércoles de diciembre hacia la medianoche. Nosotros éramos un grupo de más de treinta personas: presa fácil. Los hay para todos los gustos. El argentino, el urugayo, el andaluz, el madrileño, el negrito cachas. La hostia... me da la sensación de que, tras nuestra negativa a acompañarlos, se meten en la primera bocacalle, zigzaguean ligeramente, y vuelven a hostigarnos una decena de metros más allá. Qué energía, qué vitalidad, qué pesados. Tengo la impresión de que hay más "relaciones públicas" que "público" en sí. Aunque, pensándolo bien, tal vez esto se deba a que no pueden estarse quietos. El efecto sensorial de superioridad numérica apabulla.
Y luego están los chinos que venden cerveza. Insistentes. Incansables. Insobornables. Un clásico de la noche madrileña. Una vez estuve a punto de morir de un ataque de risa en la plaza de Santo Domingo. Aún faltaba para que abriesen el metro. Imaginad a seis chavales embriagados y hambrientos debatiendo con el dueño de un kebab. El tipo dice que todavía está cerrado. "Venga, hombre, ¿y ese individuo del turbante? ¿Qué pinta detrás del mostrador si está cerrado?". De pronto, una mujer china se me cuelga del brazo y me dice: "¿Celveza?". Le digo que no con la cabeza, y le explico: "Voy servido, gracias. Lo que necesito es comer algo. ¿No tendrás un bocadillo por ahí?". Me sonríe, radiante. "¿Quieles celveza?".
-Sí, igual tienen que descansar como todo el mundo -me incorporo y miro a Efe-. O eso, o están en Cibeles, engatusando en las marquesinas de los búhos.
[...]
-Escribiré en mi blog al respecto. Esta feroz competencia entre chinos vendedores de cerveza y relaciones públicas es un fenómeno digno de ser estudiado por las más prestigiosas universidades -suelta Efe con sorna, mientras pateamos el gélido asfalto-. Pero tú tendrás que hacer lo propio. ¿Qué me dices?
Antes de que pueda decir que eso está hecho, un chaval de pelo largo, armado con una montaña de flyers, salta de la puerta de un guariche y, sonriendo de oreja a oreja, anuncia:
-¡Chicos, los invito a un "chupitaso" de peché!
Están ahí, como pasmarotes, en mitad de la pista de baile. No quitan el ojo a las piernas de mis compañeras de clase. Sonrisa sesgada. Tuercen el cuello, comentan algo entre ellos y se carcajean. Me dan asco.
-Están de convención en Madrid, seguro -me susurra Luis al oído (un gran compañero de clase, con 41 tacos y trabajo estable)-. ¿Tú crees que un padre de familia que viva aquí dejaría en casa a sus mujer e hijos para venir a zorrear a este antro?
Ni idea. ¿Cómo se supone que voy a saberlo? Analizando su chocante aspecto, me extraña cada vez más que alguien los esté esperando en casa.
-Solterones salidos. ¿Quién iba a querer emparejarse con estos tiparracos? -sentencio.
Luis menea la cabeza.
-La soledad es una cosas muy jodida, tío. Puede que a día de hoy te la sude, pero, te lo digo por experiencia, cuando llegas a una cierta edad... te acabas agarrando a lo que sea.
[...]
Ahora estoy apoyado en una Yamaha TZR50 (no es mía), con los ojos cerrados y la cabeza hacia atrás. Son las cuatro y media de la madrugada y está helando. La mayoría de la gente se ha cambiado de local en cuanto encendieron las luces. Efe y yo, en cambio, nos hemos tomado un respiro.
-A estas alturas ya acosan menos, ¿eh? -comenta Efe, pensativo.
Sonrío. Es increíble la cantidad de relaciones públicas de locales de medio pelo que puedes encontrarte por Huertas un miércoles de diciembre hacia la medianoche. Nosotros éramos un grupo de más de treinta personas: presa fácil. Los hay para todos los gustos. El argentino, el urugayo, el andaluz, el madrileño, el negrito cachas. La hostia... me da la sensación de que, tras nuestra negativa a acompañarlos, se meten en la primera bocacalle, zigzaguean ligeramente, y vuelven a hostigarnos una decena de metros más allá. Qué energía, qué vitalidad, qué pesados. Tengo la impresión de que hay más "relaciones públicas" que "público" en sí. Aunque, pensándolo bien, tal vez esto se deba a que no pueden estarse quietos. El efecto sensorial de superioridad numérica apabulla.
Y luego están los chinos que venden cerveza. Insistentes. Incansables. Insobornables. Un clásico de la noche madrileña. Una vez estuve a punto de morir de un ataque de risa en la plaza de Santo Domingo. Aún faltaba para que abriesen el metro. Imaginad a seis chavales embriagados y hambrientos debatiendo con el dueño de un kebab. El tipo dice que todavía está cerrado. "Venga, hombre, ¿y ese individuo del turbante? ¿Qué pinta detrás del mostrador si está cerrado?". De pronto, una mujer china se me cuelga del brazo y me dice: "¿Celveza?". Le digo que no con la cabeza, y le explico: "Voy servido, gracias. Lo que necesito es comer algo. ¿No tendrás un bocadillo por ahí?". Me sonríe, radiante. "¿Quieles celveza?".
-Sí, igual tienen que descansar como todo el mundo -me incorporo y miro a Efe-. O eso, o están en Cibeles, engatusando en las marquesinas de los búhos.
[...]
-Escribiré en mi blog al respecto. Esta feroz competencia entre chinos vendedores de cerveza y relaciones públicas es un fenómeno digno de ser estudiado por las más prestigiosas universidades -suelta Efe con sorna, mientras pateamos el gélido asfalto-. Pero tú tendrás que hacer lo propio. ¿Qué me dices?
Antes de que pueda decir que eso está hecho, un chaval de pelo largo, armado con una montaña de flyers, salta de la puerta de un guariche y, sonriendo de oreja a oreja, anuncia:
-¡Chicos, los invito a un "chupitaso" de peché!
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