miércoles, 2 de diciembre de 2009

Dobles vidas

Tenía veintiún años. Llevaba desde los catorce, justo cuando le empezó a salir barba, escuchando la misma cantinela. "Ya estás hecho todo un hombre". Pues no estaba de acuerdo, en absoluto. No había madurado lo suficiente. Por el momento, lo único que le importaba más que su futura licenciatura en filología hispánica era mantener estable su nivel de ingresos. Se sentía un poco inquieto. Hacía días que no le llamaban desde la agencia de citas.

El telefonó interrumpió su duermevela. Miró el reloj. Eran las 02:12 de la madrugada.

-¿Diga?

Cogió una vieja agenda que guardaba en el cajón de la mesilla. Con impaciencia, arrancó una hoja cualquiera (el doce de febrero de algún año ya vivido) y apuntó la dirección.

Cuando se requerían sus servicios amatorios, ponía en práctica su estudiado ritual de preparación. Treinta flexiones. Cincuenta abdominales. Ducha fría. Selección de ropa interior sugerente -a gusto de la demandante-. En efecto, algunas veces le mandaban apuntar alguna fantasía o deseo expreso de la clienta, junto a la dirección de la misma. A continuación, se tomaba un par de tragos de ginebra para darse fuerzas. Terminaba de vestirse, se miraba al espejo y salía de casa con el pie derecho. Luego, bajaba las escaleras de tres en tres y atravesaba el portal con expresión decidida, pero lleno de dudas.

En esta ocasión, la dirección anotada quedaba cerca y no le apetecía coger un taxi, así que comenzó a caminar calle arriba. Aspiró una bocanada de aire húmedo y fresco. Al expirar, su aliento se condensó en una espesa nube de vapor. Entonces, recordó lo mucho que le gustaba deambular en la noche. La acera estaba cubierta de minúsculas gotas de agua...

Iba pensando que las personas que se prostituyen están estigmatizadas socialmente. Ése era el motivo por el cual preservaba al máximo su intimidad. No es que se avergonzara de lo que era, se repetía constantemente: es que no le hubiesen comprendido. Nadie sabía a lo que se dedicaba porque cuidaba mucho los detalles. Sin embargo, llevar una doble vida siempre acarrea consecuencias. Las horas de insomnio acumuladas. La pérdida progresiva de autoestima. Todas las horas lectivas y clases magistrales que se esfumaron. El paulatino distanciamiento de amigos y familiares. Hasta el más insignificante de nuestros actos engendra una consecuencia.

Pese a todo, no se sentía mal. Ni tampoco se había planteado realmente dejar su trabajo. Era dinero fácil. La excusa moral se la proporcionaba el considerarse a sí mismo como un "apoyo emocional", imprescindible para sus clientas. ¿Estaban faltas de cariño, comprensión o caricias? ¿Viudas o divorciadas? ¿Se sentían solas? ¿Eran viejas, mórbidas, desfiguradas o enfermizamente tímidas? Daba igual. Su trabajo era consolarlas, en la medida de lo posible. En cuanto superó las típicas reticencias iniciales, creó en su mente una especie de código de honor ligado a la prostitución. No era la actividad impúdica e innoble que promulgaban los medios de comunicación y todas aquellas asociaciones de mamarrachos. No. La prostitución era un oficio necesario y digno, aunque poca gente lo reconociera abiertamente. Todo por culpa del maldito afán de guardar las apariencias.

Se veía a sí mismo como un mártir. A veces, jugaba a creer que realmente lo era. "La sociedad nos rechaza, pero depende de nosotros. No importa, puedo soportar su hipocresía. A cambio de unos cuantos billetes reparto dosis de amor y comprensión a quien las necesita".

Llegó a su destino en quince minutos. Un gris bloque de 14 pisos. El edificio presentaba un aspecto nostálgico a la luz de las farolas. Los de mantenimiento debían llevar meses sin acercarse al portal. La capa de pintura que cubría la superficie del marco estaba resquebrajada y dejaba entrever profundas señales de óxido aferradas al acero. Llamó al telefonillo. Alguien descolgó y le abrió sin mediar palabra. Antes de internarse en las entrañas de aquel gigante de hormigón armado respiró hondo, nuevamente, y se dio ánimos. Vamos, tú puedes.

No tuvo tiempo de tocar el timbre. La puerta del 7º C estaba abierta. En el umbral se adivinaba una silueta ligeramente encorvada. Cuando se acercó, y vio de cerca a la mujer que había solicitado su presencia, casi se le para el corazón. En serio. La reconoció pese al exagerado maquillaje que le cubría el rostro. Pese al rímel corrido sobre las mejillas. Pese al carmín que no se detenía en los labios, sino que le bordeaba la boca, convirténdola en una mueca de payaso. Tenía el cabello fino y quebradizo. El tinte caoba se había diluído con el paso de las semanas. Las profundas arrugas se le asemejaron a las grietas de un terremoto. La bata raída, que en su día fue escarlata y presuntuosa, ahora era un trapo descolorido. Ni siquiera el olor penetrante que salía de la casa le nubló el razonamiento. La reconoció al instante. Era "la señorita Dolores", su profesora de la escuela primaria. Se quedó congelado frente a la mujer y escrutó aquellos vidriosos ojos, buscando algún signo de reconocimiento por su parte. Sólo vio una inmensa nostalgia. Y una lágrima plateada.
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Bien. En este caso me ahorraré los juicios de valor. Mejor será que cada cual saque la conclusión que crea oportuna. Para aquellas personas a las que no hayan empatizado con el personaje de la vieja maestra, abandonada y enloquecida, dejo un par de sugerencias. Pueden pensar que el chico se encuentra con algún familiar, con una amiga de sus padres o con cualquier otra conocida que se sienta sola, sin nadie que la haga sentir que vale la pena. Mi único propósito con esta pequeña historia es que el lector reflexione un segundo. Principalmente, sobre las apariencias y la fugacidad del tiempo. Por último, no he querido precisar si la señora Dolores reconoce o no a su ex-alumno. Esta historia no tiene final. Que cada uno le ponga el que desee. Y que la imaginación os haga evocar.

3 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  2. Esta vez te has superado. Se acepta que uses a un hombre estigmatizado socialmente para hablar de una profesión tan castigada. Aunque hablas más que de prostitución. Al final, no todo son putas y clientes.

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  3. ¿Por qué has borrado el primer comentario? A saber lo que habías puesto jajajaja.

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