lunes, 28 de diciembre de 2009

Despedida

El coche estaba en doble fila. Se miraron fijamente y el tiempo siguió su curso. Las pupilas se dilataron, los pulsos se aceleraron. El chico tuvo que apartar la vista. Dejó escapar un leve suspiro y agarró con fuerza el volante. Tenía miedo y unas ganas locas de besarla. Pero la razón le sugirió que lo más apropiado era contenerse, dejarlo estar, así que no se movió. Estaban muy lejos, pese a estar tan cerca.

Ella dudó. Debía marcharse, la estaban esperando. "Será mejor que me vaya". Abrió la puerta y dejó entrar una ráfaga de aire helado.

El chico la vio cruzar la calle. La miró mientras se alejaba bajo la luz de las farolas. Sintió una punzada en el pecho. Una desagradable opresión que le impedía respirar con facilidad. Metió la primera marcha y condujo calle abajo con los dientes apretados, pero no se le inundaron los ojos. Tal vez se había olvidado de cómo se lloraba. Se limitó a pisar el acelerador a fondo para dejarla atrás cuanto antes.

Era tonto e inocente. Aquel momento, aquella música, aquellas manos tan frías... Deseó fervientemente que alguien le diese un abrazo.

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La vida es injusta.
Imagina que eres músico. Imagina que llevas tiempo suspirando por un Stradivarius. ¿De acuerdo? Pues ahora imagina que finalmente consigues uno de esos exquisitos violines, pero no puedes hacerlo vibrar. El motivo es muy sencillo. Te han cortado las manos.

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