viernes, 3 de septiembre de 2010

Bon appétit

Paula aborrece las películas de terror y los noticiarios. Monstruos, asesinatos, robos y violaciones le producen una urticaria de lo más molesta.

La chica, en cambio, es deportista. Sale a correr todos los días, sin falta. Varía la hora en función del trabajo. Su jefe, ese cabrón engreído, ha puesto nuevas tareas a su departamento. Lleva dos semanas llegando a casa a las diez y media de la noche, o más. Bueno, tendrán que bonificarle su valioso tiempo en horas extras, o libres. Paula no es de las que se deja achantar. Piensa reclamar hasta el último céntimo (o minuto).

Son las 23:47 de un miércoles de octubre. Paula está volviendo a casa por el carril bici. Pelo recogido en una coleta, mallas sudadas y Miguel Bosé a toda pastilla en su reproductor de mp3. La verdad es que tiene buena pinta esta noche. A partir del primer hijo algunas mujeres descuidan su cuerpo, pero Paula no.

Ahora viene el tramo siniestro de camino. Hay como seis o siete farolas reventadas, detrás de esos enormes concesionarios. Al otro lado una verja, una franja de descampado y, un poco más allá, la M-40. Paula no se preocupa. Ha pasado por allí montones de veces. Pero hoy es distinto. Detrás de los matorrales, aparece un maromo descomunal y, sin saber cómo ni por qué, Paula acaba en el suelo. Los auriculares se revientan contra el pavimento agrietado. Las rodillas despellejadas. Ella lo mira, asustada.

-No tengo dinero, pero puede llevarse el reproductor de música si quiere.

Es una frase típica de esas peliculas que detesta. El tipejo se ríe. Se ríe. Era de esperar, ¿no? Está encorvado, con la rodilla hincada en el suelo. La tiene sujeta por el cuello, y Paula arruga la nariz. Sudor rancio, de varios días quizá. Alcohol, vómitos. En la otra mano el hombre menea una botella de Eristoff, rota por el culo. Aún puede verse parte de la etiqueta, y los dientes de vidrio reflejan amenazantes la luz de la luna. Paula no puede moverse. Sus músculos no le pertenecen.

-¿Sabes quién es Edmund Emil Kemper? -susurra él.

Goterones de sudor le resbalan por las mejillas sin afeitar. Paula niega con un leve gesto. La manaza le oprime la garganta y la barbilla. Duele.

-¿Nunca has oído hablar de "El cazador de cabezas"? -insiste.

El tipo parece confundido. Balbucea cosas sin sentido. Un hilillo de saliva le resbala por la comisura, mientras habla consigo. La suelta y se incorpora.

-Ven ahí detrás, te lo explicaré.

Agarra la coleta de un tirón y la obliga a levantarse. Sonríe. Le faltan dos dientes. El colmillo superior derecho y el premolar de al lado. Paula tiembla. Quiere llorar, quiere gritar. Salir de allí. Hace un esfuerzo sobrehumano para no mearse encima. David ya le habrá leído el cuento al pequeñajo y la estará esperando en la cama.

El individuo se surca el cabello, grasiento, con las puntas de cristal, como si la manoseada botella fuese un peine. Mientras, arrastra a Paula hasta detrás de los setos y la deja caer sobre un montón especialmente grande de porquería.

-¿Sabes que de niño mató al gato porque éste prefería a su hermana? Qué infancia más dura, de verdad.

-Por favor... -empieza a decir Paula.

-Su abuela fue la primera en morir. Y luego el abuelo. El pequeño Ed adoraba a su abuelo, así que sólo intentó ahorrarle el sufrimiento de ver lo que le había pasado a la abuelita.

El hombre se rasca la entrepierna. Se relame. Mueve el cuello compulsivamente, y tiene un tic en el ojo izquierdo. Es alto, mucho. Y gordo. Paula está terriblemente acojonada, pero intenta fijarse en los detalles. ¿Color de la camisa? Es difícil saberlo a la luz de la luna. Además, está repleta de huellas mugrientas.

-Se hizo famoso por raptar colegialas. Las recogía cuando hacían autoestop, se ganaba su confianza y luego las mataba, las violaba, las descuartizaba. Sus cabezas cercenadas eran trofeos de caza para él.

Bla, bla, bla, y más bla, sobre el asesino aquel. Paula no cree en Dios. Paula cree en su familia, en unas pocas amigas, en el Atlético de Madrid, en las facturas comerciales y en su nómina. Paula reza en silencio. Mentalmente. Quisiera elevar un canto celestial. Pedir perdón por las veces que ha blasfemado, sobre todo después de la muerte de mamá. "Te lo ruego. Oh. Dios. A-yú-da-me".

-Las mataba y luego tenía sexo con ellas. ¿Muy fuerte, no crees?

Paula es víctima de un agarrotamiento tal que sus músculos podrían implosionar en cualquier momento. El tío sigue a lo suyo. Más detalles escabrosos. Al cabo de los minutos, se fija en que Paula llora y cambia el tono.

-Vas a comerme la polla. Si lo haces muy bien, tal vez no te mate.

Paula aprieta los dientes.

Náuseas.

Náuseas.

Se desabrocha la bragueta, lentamente. Junto a las costuras tiene manchas de semen, de bilis y de vete a saber qué más. Su mano derecha no suelta la botella. Tal vez Paula pueda huir. Tal vez el tío no pudiera alcanzarla en una carrera. ¿No? ¿Eso crees? Mejor, ni lo intentes. Demasiado cerca. A Paula se le ha olvidado cómo ponerse de pie. La cremallera llega al final. Él mira la mira a los ojos. Ella no ve. Shock. La boca seca. Los ojos inundados. Un ridículo pene emerge, despacio, grotesco. Seguro que el cabrón es eyaculador precoz.

-Bon appétit.

Campos sembrados de girasoles. Olor a hierba recién cortada. La corriente se desliza con suavidad entre las piedras del río. Bajo los chopos. El sol ocultándose tras las montañas. El cielo. Puro. Rosado, anaranjado, azul, violeta. Montones de estrellas, aunque aquí no las haya.

Porque Paula no está aquí.

El tipo empieza a gimotear de puro gusto y la imágenes se desvanecen. Paula no logra evadirse. La cara de su minúsculo hijo. Lo imagina cogido de la mano de David, en su entierro. "No. ¿Por qué? Por favor. Ya es suficiente. Oh. Señor. No. No. NO. ¡BASTA!".

Y la noche se tiñe de rojo.

Las mandíbulas se tornan fauces. Los dientes hienden la carne con tal violencia que una explosión de sangre inunda su boca. LA SANGRE FLUYE CALIENTE. Nunca olvidará aquellos gritos. No son humanos. Un demonio lanzado de vuelta al infierno. Ahora, Paula tampoco es Paula. Es un perro rabioso. Pero no ladra. Muerde. Sólo muerde. Zarandea la cabeza con violencia, hunde sus uñas en las muñecas del violador y chorros de espuma sanguinolenta adornan sus labios. No tiene miedo a que la botella de vodka se estrelle contra su cráneo. No hay posible respuesta.

-Oh, Dios -gruñe él, antes de desplomarse sin conocimiento.

Paula se incorpora, entumecida, temblorosa. Jadeos. Respiración entrecortada. Parece que sus piernas vuelven a ser suyas, poco a poco. Con el dorso de la mano se enjuga las lágrimas. Se sorbe los mocos. Escupe un pedazo de carne, o piel, o ambas cosas, y mientras intenta mantener el equilibrio valora sus opciones.

Pedir ayuda. O degollarlo con su propia botella de vodka.

[...]

LA SANGRE FLUYE CALIENTE.

2 comentarios:

  1. realismo sucio?? es muy bueno; he sentido hasta escalofríos...

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  2. Elena canadian (campamento)10 de diciembre de 2010, 0:05

    GUAU, creo que con eso lo digo todo

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