La arcada sorprendió a Edu justo en la entrada del baño. El vómito ascendió por su garganta. Cayó de rodillas y terminó de potar junto al quicio de la puerta. Había tomado un menú Whopper tres horas y media atrás. En ese preciso instante, varios trozos de tomate verdoso, otros de ternera dura como una suela de zapato y algunas patatas demasiado fritas adornaban la parte delantera de sus pantalones y su camiseta. Edu tosió un poco para sacarse de la garganta otro pedazo de hamburguesa. Lo escupió sobre el charco de vómito.
Se incorporó con dificultad, apoyándose en las paredes del baño. Estaban tan cubiertas de mugre como el resto del guariche. Echó un vistazo rápido a los cagaderos vacíos. Edu pensó que era una putada haber vomitado a la entrada del lavabo, pero no se sentía culpable. Las inmundicias habían escapado de su boca sin avisar. Se miró en uno de los espejos. Su cara parecía esculpida en mármol, con la salvedad de las dos profundas grietas amoratadas que tenía bajo las cuencas oculares. En conjunto, aquellas ojeras y aquellos ojos hundidos le otorgaban un aspecto cadavérico. Su cabeza giraba vertiginosamente.
Tal vez había esnifado demasiado disolvente. Sí, seguro que todo era culpa de inhalar mierdas. La botella de ginebra barata no podía estar implicada. De pronto, se le aflojaron las tripas, así que embistió contra la puerta del último retrete de la fila y se sentó apresuradamente. Lo que vino a continuación es algo desagradable, por lo que el lector sensible puede obviar el resto del párrafo. El culo de Edu estaba bañado en sudor. La puerta del lavabo se abrió de golpe y entraron un par de chavales, pero ni se enteró. Estaba sumido en una auténtica espiral de pedos líquidos y cagarrutas delgadas y oscuras. Vomitó un poco más entre sus piernas.
Al cabo de veinte minutos, Eduardo salió del baño con la cara limpia. El pelo, la camiseta y los vaqueros empapados. Buscó a sus colegas con la mirada. Sólo vio a Carlos apoyado en una columna; tenía los ojos desorbitados y un vaso de tubo en la diestra.
-¿Dónde coño estabas? Pensé que te había dado un chungo.
-Eh, estoy bien.
-¿Hay duchas ahí dentro? -preguntó Carlos observando fijamente el cerco de agua que Edu estaba dejando alrededor de sus zapatillas.
Carlos acababa de tragar dos sellos embadurnados de ácido. Dentro de poco empezaría a vislumbrar colores palpitantes por todos lados. A escuchar rítmicos sonidos provenientes de ninguna parte. Apuró el cubalibre de un trago y lo dejó caer al suelo. No resultaba muy inteligente mezclar alcohol con LSD.
-Voy a follarme a esa.
Y se fue en dirección a una rubia bajita que meneaba las caderas un par de metros más allá. Edu se sorbió los mocos y barajó las opciones que tenía. O se quedaba en el local, a riesgo de amodorrarse, o se piraba. En el primer caso, los alicientes eran ver cómo la rubita mandaba a paseo a su amiguete, sentarse y esperar a que se le asentase el estómago, o comprobar si quedaba alguno más de la panda allí dentro. No era suficiente. Sin despedirse de su colega, subió las escaleras que llevaban al exterior.
Los relojes marcaban algo más de las cinco. El aire era fresco pese a estar a mediados de junio. Edu se frotó los brazos con energía. Caminó distraídamente un poco en línea recta; luego, callejeó con la esperanza de toparse con algún conocido, sobre todo del género femenino. Un repentino soplo de aire le hizo estremecerse en un cruce. Sopesó la opción de tomar un atajo hacia "La gruta", pero un poco más allá vio a un grupo de navajeros. Mala gente. Mejor coger el camino largo y evitar alguna que otra puñalada.
Estaba llegando al bar de su colega cuando reparó en Eva. Justo allí. ¡Vaya suerte, señores! Estaba preciosa (pese al pelo alborotado, el carmín desgastado y el rímel corrido). Edu supuso que la noche de Evita habría sido ajetreada. No la culpaba por ello. Era una chica encantadora; normal que todos los tíos perdiesen el culo por ella. En su caso... bueno, su caso era diferente: él estaba profundamente enamorado. Aunque, claro, esto no quiere decir que no se liase con otras. Edu sabía que su amor rozaba el platonismo, y también que era demasiado joven como para andar puteado por algo así. Se limitaba a enrollarse con ella, de vez en cuando, y cagarse en la puta madre de todos aquellos que se la follaban. Obviamente, él nunca lo había hecho. No por falta de ocasiones, o ganas, sino porque era un romántico empedernido. Creía en el amor verdadero y esas cosas.
Reparó en que le sabía la boca a vómito. Se recorrió los dientes con la lengua y escupió un par de veces sobre la acera. Manoseó torpemente su cabello, esbozando su mejor sonrisa. Un momento, ¿a quién quería engañar? Su aspecto era lamentable. Deseó largarse de allí sin ser visto, pero...
-¡Eduuuu!
Mierda, ella lo había reconocido. No existía ninguna escapatoria. Levantó la cabeza, haciéndose el sorprendido, y saludó con un gesto exento de convicción. Eva corrió hacia él, indómita y salvaje. Increíble.
-No te he visto en toda la noche. ¿Habéis ido al Atomic al final, no? -preguntó Eva, mostrando todos sus dientes al sonreír.
-Sí, uh, llegamos bastante tarde. Tuvimos que recoger a Pedro en la estación, y luego llevar a Toño a por una entrega, ya sabes. Una locura -respondió Eduardo, manteniendo las distancias. Lo último que quería era deleitarla con su penetrante hedor, mezcla de jugos estomacales y sudor.
Eva pareció no advertir el alejamiento intencionado de Edu, porque se acercó aún más. Lo cogió de la mano y lo llevó hasta un portal, con tres escalones a la entrada. Se sentaron en el segundo. Ella empezó a relatar su noche. La habían abordado seis o siete tíos, no recordaba el número exacto. Se había liado con tres, pero iba tan borracha que al poco tiempo de empezar a magrearse con el segundo le había echado la raba encima. Los chupitos gratis de tequila eran los culpables. El tercero no podía considerarse rollo siquiera. Al primer contacto bucal, Eva le transfirió un pedacito de comida a medio digerir y el tío puso pies en polvorosa con cara de asco. Eduardo se reía con ganas, le alegraba mucho esta circunstancia en especial. Eva disfrutaba viendo desternillarse a Edu. Parecía adorable.
Al cabo de media hora ambos tenían el culo frío. Llevaban un rato sin hablar, sólo mirándose. La conversación había surgido en torno a las actividades nocturnas, pero había derivado en una serie de pensamientos etéreos. Hablaron sobre la vida y la muerte, el universo, las drogas, el amor y el sexo. La eternidad. Y la conexión entre ambos se hizo patente. Cuando se conecta con alguien no hace falta decirlo. Las dos personas se dan cuenta en el acto, entre ellas se crea un vínculo muy íntimo.
Eduardo pensó que nunca había sentido nada tan fuerte por Eva como en aquel preciso instante. Eva supo que Edu no era uno más. Decidió que no saldría más por ahí "a lo destroyer" para paliar su arraigado sentimiento de soledad, de desamparo. No volvería a buscar en brazos extraños el cariño que no tenía. Vio en los ojos de aquel chico todo el cariño que podía necesitar. Y, como no podía ser de otra forma, se besaron. Fue un beso con sabor a bilis y a hamburguesa, pero os aseguro que fue el beso más apasionado en el que jamás había participado ninguno de ellos. Un beso de la hostia.
[...]
Más tarde subirían juntos a la casa de Eva. Se desnudarían en silencio, se acariciarían con las manos y con las miradas. Se amarían durante horas. Pero eso ya es otra historia. Además, no quisiera invadir la privacidad de nadie con detalles íntimos. Eso sí, debéis saber que, tras aquella maratoniana sesión de pasión, Eduardo se prometió que nunca más volvería a drogarse. Después de todo, con una adicción es más que suficiente. Y la suya tenía piso propio, ¡y una cama enorme!
Se incorporó con dificultad, apoyándose en las paredes del baño. Estaban tan cubiertas de mugre como el resto del guariche. Echó un vistazo rápido a los cagaderos vacíos. Edu pensó que era una putada haber vomitado a la entrada del lavabo, pero no se sentía culpable. Las inmundicias habían escapado de su boca sin avisar. Se miró en uno de los espejos. Su cara parecía esculpida en mármol, con la salvedad de las dos profundas grietas amoratadas que tenía bajo las cuencas oculares. En conjunto, aquellas ojeras y aquellos ojos hundidos le otorgaban un aspecto cadavérico. Su cabeza giraba vertiginosamente.
Tal vez había esnifado demasiado disolvente. Sí, seguro que todo era culpa de inhalar mierdas. La botella de ginebra barata no podía estar implicada. De pronto, se le aflojaron las tripas, así que embistió contra la puerta del último retrete de la fila y se sentó apresuradamente. Lo que vino a continuación es algo desagradable, por lo que el lector sensible puede obviar el resto del párrafo. El culo de Edu estaba bañado en sudor. La puerta del lavabo se abrió de golpe y entraron un par de chavales, pero ni se enteró. Estaba sumido en una auténtica espiral de pedos líquidos y cagarrutas delgadas y oscuras. Vomitó un poco más entre sus piernas.
Al cabo de veinte minutos, Eduardo salió del baño con la cara limpia. El pelo, la camiseta y los vaqueros empapados. Buscó a sus colegas con la mirada. Sólo vio a Carlos apoyado en una columna; tenía los ojos desorbitados y un vaso de tubo en la diestra.
-¿Dónde coño estabas? Pensé que te había dado un chungo.
-Eh, estoy bien.
-¿Hay duchas ahí dentro? -preguntó Carlos observando fijamente el cerco de agua que Edu estaba dejando alrededor de sus zapatillas.
Carlos acababa de tragar dos sellos embadurnados de ácido. Dentro de poco empezaría a vislumbrar colores palpitantes por todos lados. A escuchar rítmicos sonidos provenientes de ninguna parte. Apuró el cubalibre de un trago y lo dejó caer al suelo. No resultaba muy inteligente mezclar alcohol con LSD.
-Voy a follarme a esa.
Y se fue en dirección a una rubia bajita que meneaba las caderas un par de metros más allá. Edu se sorbió los mocos y barajó las opciones que tenía. O se quedaba en el local, a riesgo de amodorrarse, o se piraba. En el primer caso, los alicientes eran ver cómo la rubita mandaba a paseo a su amiguete, sentarse y esperar a que se le asentase el estómago, o comprobar si quedaba alguno más de la panda allí dentro. No era suficiente. Sin despedirse de su colega, subió las escaleras que llevaban al exterior.
Los relojes marcaban algo más de las cinco. El aire era fresco pese a estar a mediados de junio. Edu se frotó los brazos con energía. Caminó distraídamente un poco en línea recta; luego, callejeó con la esperanza de toparse con algún conocido, sobre todo del género femenino. Un repentino soplo de aire le hizo estremecerse en un cruce. Sopesó la opción de tomar un atajo hacia "La gruta", pero un poco más allá vio a un grupo de navajeros. Mala gente. Mejor coger el camino largo y evitar alguna que otra puñalada.
Estaba llegando al bar de su colega cuando reparó en Eva. Justo allí. ¡Vaya suerte, señores! Estaba preciosa (pese al pelo alborotado, el carmín desgastado y el rímel corrido). Edu supuso que la noche de Evita habría sido ajetreada. No la culpaba por ello. Era una chica encantadora; normal que todos los tíos perdiesen el culo por ella. En su caso... bueno, su caso era diferente: él estaba profundamente enamorado. Aunque, claro, esto no quiere decir que no se liase con otras. Edu sabía que su amor rozaba el platonismo, y también que era demasiado joven como para andar puteado por algo así. Se limitaba a enrollarse con ella, de vez en cuando, y cagarse en la puta madre de todos aquellos que se la follaban. Obviamente, él nunca lo había hecho. No por falta de ocasiones, o ganas, sino porque era un romántico empedernido. Creía en el amor verdadero y esas cosas.
Reparó en que le sabía la boca a vómito. Se recorrió los dientes con la lengua y escupió un par de veces sobre la acera. Manoseó torpemente su cabello, esbozando su mejor sonrisa. Un momento, ¿a quién quería engañar? Su aspecto era lamentable. Deseó largarse de allí sin ser visto, pero...
-¡Eduuuu!
Mierda, ella lo había reconocido. No existía ninguna escapatoria. Levantó la cabeza, haciéndose el sorprendido, y saludó con un gesto exento de convicción. Eva corrió hacia él, indómita y salvaje. Increíble.
-No te he visto en toda la noche. ¿Habéis ido al Atomic al final, no? -preguntó Eva, mostrando todos sus dientes al sonreír.
-Sí, uh, llegamos bastante tarde. Tuvimos que recoger a Pedro en la estación, y luego llevar a Toño a por una entrega, ya sabes. Una locura -respondió Eduardo, manteniendo las distancias. Lo último que quería era deleitarla con su penetrante hedor, mezcla de jugos estomacales y sudor.
Eva pareció no advertir el alejamiento intencionado de Edu, porque se acercó aún más. Lo cogió de la mano y lo llevó hasta un portal, con tres escalones a la entrada. Se sentaron en el segundo. Ella empezó a relatar su noche. La habían abordado seis o siete tíos, no recordaba el número exacto. Se había liado con tres, pero iba tan borracha que al poco tiempo de empezar a magrearse con el segundo le había echado la raba encima. Los chupitos gratis de tequila eran los culpables. El tercero no podía considerarse rollo siquiera. Al primer contacto bucal, Eva le transfirió un pedacito de comida a medio digerir y el tío puso pies en polvorosa con cara de asco. Eduardo se reía con ganas, le alegraba mucho esta circunstancia en especial. Eva disfrutaba viendo desternillarse a Edu. Parecía adorable.
Al cabo de media hora ambos tenían el culo frío. Llevaban un rato sin hablar, sólo mirándose. La conversación había surgido en torno a las actividades nocturnas, pero había derivado en una serie de pensamientos etéreos. Hablaron sobre la vida y la muerte, el universo, las drogas, el amor y el sexo. La eternidad. Y la conexión entre ambos se hizo patente. Cuando se conecta con alguien no hace falta decirlo. Las dos personas se dan cuenta en el acto, entre ellas se crea un vínculo muy íntimo.
Eduardo pensó que nunca había sentido nada tan fuerte por Eva como en aquel preciso instante. Eva supo que Edu no era uno más. Decidió que no saldría más por ahí "a lo destroyer" para paliar su arraigado sentimiento de soledad, de desamparo. No volvería a buscar en brazos extraños el cariño que no tenía. Vio en los ojos de aquel chico todo el cariño que podía necesitar. Y, como no podía ser de otra forma, se besaron. Fue un beso con sabor a bilis y a hamburguesa, pero os aseguro que fue el beso más apasionado en el que jamás había participado ninguno de ellos. Un beso de la hostia.
[...]
Más tarde subirían juntos a la casa de Eva. Se desnudarían en silencio, se acariciarían con las manos y con las miradas. Se amarían durante horas. Pero eso ya es otra historia. Además, no quisiera invadir la privacidad de nadie con detalles íntimos. Eso sí, debéis saber que, tras aquella maratoniana sesión de pasión, Eduardo se prometió que nunca más volvería a drogarse. Después de todo, con una adicción es más que suficiente. Y la suya tenía piso propio, ¡y una cama enorme!
Una idílica historia de amor, ¿o debería decir etílica? xDD
ResponderEliminarSi esto es lo que yo decía... que quizás tengas el cuaderno más blanco que la cara de Edu entrando al servicio... no te digo yo que no... la cosa es que escribes, y eso es lo importante :)
Aprovecho otro comentario para avisarte de un par de faltas de ortografía:
ResponderEliminarlos alicientes eran ver "como" (cómo) la rubita mandaba a paseo a su amiguete
El aire era fresco pese a estar a mediados de "Junio" (junio)
Y una duda más extensa:
Sólo vio a "Carlos" apoyado en una columna; tenía los ojos desorbitados y un vaso de tubo en la diestra.
-¿Dónde coño estabas? Pensé que te había dado un chungo.
-Eh, estoy bien.
-¿Hay duchas ahí dentro? -preguntó "Jose" (¿No es el mismo?)
Dicho esto, este mensaje se autodestruirá en cinco segundos.
Jajajajaja.
ResponderEliminarTienes toda la razón: lo del "cómo" fue un despiste, lo de "Junio" es una manía que tengo.
Y no tnía muy claro cómo coño se iba a llamar el colega: ¿Jose Carlos? jajaja, me alegro de que la hayas leído y ¡gracias por el aviso!
;)